BOTICAS EN LAS ÉPOCAS PREVIRREINAL Y VIRREINAL

En territorios de lo que hoy constituye la República Argentina, la primera botica de la que se tiene prueba documental fue la de Córdoba. Si bien se carece de noticias precisas respecto de su origen, hay constancias de que al promediar el siglo XVII y a lo largo de la centuria siguiente funcionaba en plenitud. Gracias a los trabajos de la doctora María Cristina Vera de Flaschs y del arquitecto Carlos Page, investigadores del Conicet y de la Universidad de Córdoba, podemos saber de la existencia de un recibo (billete) firmado por el hermano Blas Gutiérrez, que oficiaba como boticario. Allí constaba que Gutiérrez había recibido de don Diego de la Cámara la suma de tres pesos por una purga que dio a Antonio Varreta.

La botica de Córdoba curaba con preferencia a los miembros de la comunidad universitaria, pero también en la Carta Anua de 1637-1639 se destaca que se acercaban muchos pobres y hambrientos sanos a la portería de la botica, a quienes se les repartía alimentos y abrigos para cubrirse, aunque se rescata que “para los enfermos, empero, hay una botica especial en casa, donde se reparte gratis toda clase de medicinas. Así logra la Compañía (de Jesús) acudir a todas las necesidades humanas, las del alma y las del cuerpo, todo por amor a Dios y por caridad para con el prójimo”.

 

La botica de Córdoba curaba con preferencia a los miembros de la comunidad universitaria, pero también se acercaban muchos pobres y hambrientos sanos a la portería, a quienes se les repartía alimentos y abrigos para cubrirse.

 

Como señalan Flaschs y Page, esta política demostraba que la Orden Jesuítica desobedecía las prohibiciones que ordenaban no vender medicamentos en los Colegios. De hecho, ya en 1637 un decreto apostólico del Papa Urbano VIII había prohibido a los religiosos ejercer cualquier actividad diferente de la propia y solo se les permitía confeccionar medicamentos exclusivamente para la comunidad eclesial. Más aún, entre 1687 y 1692 una serie de disposiciones pontificias excluyeron de modo tajante la posibilidad de que los religiosos ejercieran como boticarios.

Este panorama iba a revertirse en el último tercio del siglo XVIII con los gobiernos borbónicos que entre otras, y sustanciales reformas, que incidieron sobre los tres principales gremios de la salud –médicos, cirujanos y boticarios—, comenzaron a autorizar las boticas de religiosos, siempre y cuando estuviesen a cargo de un boticario debidamente acreditado, tuvieran puerta a la calle y se sometieran a las inspecciones de las boticas seculares.

Por cierto, los hermanos boticarios contaban ya en esta etapa con el auxilio de Las cartillas farmacéuticas de Pedro Montañana, Pedro de Viñaburu y Francisco Brihuega, editadas con el objeto de mejorar la formación teórica del aprendiz de botica. La formación y la profesionalización de la actividad fue una temprana preocupación que acompañará todo el período virreinal y luego el independentista.

La Farmacia, no solo desde sus albores en la historia de la humanidad, sino también aquí por estos lares en el sur del hemisferio sur, como oficio, profesión, arte, disciplina y ciencia del boticario y la botica, o como los conocemos hoy, del farmacéutico y la farmacia, han estado indisolublemente insertos en el “arte de sanar”.

 

LA FARMACIA EN EL RÍO DE LA PLATA

Nos situamos ahora en las adyacencias de los territorios del Río de la Plata. Buenos Aires fue fundada en forma definitiva por don Juan de Garay en 1580. Al decir de Eliseo Cantón: “Nació, pues, la Ciudad de Buenos Aires, sin tener médico, boticario, ni cura, trinidad infaltable en todo pueblo de habla hispana”. Es que, tradicionalmente, entre los miembros más conspicuos de las comunidades cabía citar al alcalde, el cura, el médico y el boticario.

 

Recién en mayo de 1770, el Cabildo de Buenos Aires autorizó al milanés Agustín Pica y Milans a ejercer la profesión farmacéutica, fue así el primer boticario laico titulado radicado en Buenos Aires, seis años antes de que se crease el virreinato del Río de la Plata, en 1776.

 

Buenos Aires debió aguardar 25 años desde su instauración definitiva para que su Cabildo considerara la primera presentación de un profesional titulado para prestar servicios médicos. Como apunta el doctor Federico Pérgola, el primer médico autorizado, en 1605, fue el portugués Miguel Álvarez. Pero la espera fue sensiblemente mayor para el caso de la Farmacia: 190 años. Recién en mayo de 1770, el Cabildo de Buenos Aires autorizó al milanés Agustín Pica y Milans para el ejercicio de la profesión farmacéutica, hecho que lo convirtió en el primer boticario laico titulado radicado en Buenos Aires*. Faltaban todavía seis años para que se crease el virreinato del Río de la Plata, en 1776. De todos modos, debe considerarse que los dos hospitales funcionantes en aquella época (el de Santa Catalina y el de Mujeres, ambos a cargo de la Orden de los Bethlemitas) disponían cuartos para almacenamiento de medicinas. La otra botica, la más importante, y también en manos de religiosos, era la de los jesuitas, que incluía tres salas, un jardín de plantas medicinales y una nutrida biblioteca sobre Farmacología.

Debe recordarse que el Cabildo era, por entonces, quien intervenía en los trámites necesarios para validar títulos y antecedentes presentados por médicos, cirujanos y boticarios, hasta la constitución del Protomedicato.

En 1777, el catalán Francisco Salvio Marull, profesional con título otorgado por el Protomedicato de Madrid, solicitó la habilitación de su comercio, situado en la calle de la Santísima Trinidad esquina San Carlos (actuales Bolívar y Alsina). En los bajos de la casa, Marull instaló su botica. Los vecinos notables la llamaban “del Colegio” y acudían frecuentemente a ella dada la amabilidad que profesaban sus propietarios. Son los primeros registros de un rol social que la Botica iba a experimentar cada vez con más fuerza, como centro de sociabilidad, donde además de “remedios” iban a circular noticias del “viejo mundo” y también las que se iban gestando efervescentemente en el “nuevo mundo”.

 

Las boticas se convirtieron en centros de sociabilidad, donde además de “remedios” iban a circular noticias del “viejo mundo” y también las que se iban gestando efervescentemente en el “nuevo mundo”.

 

Desde el principio, también, las boticas instaladas en las principales “ciudades” contaban con libros, es decir, pequeñas (y a veces no tanto) bibliotecas. La investigadora argentina, Nelly Porro Girardi, que estudia los inventarios y las tasaciones de las farmacias previrreinales y virreinales, señala respecto de las bibliotecas obrantes en las boticas: “Sin extendernos en los autores ni en los títulos, y sí en las materias, diremos que la más completa era la de la botica de Manuel García que abarcaba: farmacia, botánica, medicina, cirugía, química, formularios y tarifas, literatura, historia, lógica, catecismo e idioma francés”.

Volviendo a Francisco Marull, debe decirse que también creó una botica en Montevideo, con igual éxito comercial y social. Años más tarde, a la muerte de Francisco, su sobrino Narciso Marull y Torrent, que había trabajado junto a él desde los comienzos, se hizo cargo de los negocios (diversificados, ya que no solo consistían en comercialización de sustancias medicinales), incluida la botica de Buenos Aires. Parece que estaba naciendo en estos territorios alejados la idea de negocios con una casa matriz y sucursales**. Otro antecedente al respecto, ya más avanzado el tiempo, es el del boticario estadounidense José María Todd, quien primero había ejercido en Tucumán, luego solicitó autorización, el 21 de junio de 1806, para abrir una botica en Salta y en 1809 amplió su negocio con una sucursal en Jujuy. Un dato para destacar: en 1811, ya durante las guerras por la independencia, cuando el general Antonio González de Balcarce pasó por Jujuy con sus tropas rumbo al alto Perú, en un acto patriótico Todd cedió su botica para Botiquín del Ejército del Norte, antes de la batalla de Suipacha.

Para 1804, en un pedido al Protomedicato de Madrid, se había solicitado que los boticarios cuyos títulos habían sido expedidos en España no rindieran el examen de reválida en Buenos Aires, ya que “los que son aptos para ejercer en la Península lo pueden ser en América”. La aprobación fue concedida por la metrópoli, en una especie de “per saltum”, hecho que llama la atención dado que el Virreinato del Río de la Plata tenía su propio Protomedicato, que había sido creado en carácter provisorio (es decir, hasta que se contara con autorización real), por el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo el 17 de agosto de 1780. En esa fecha Vértiz remitió una circular a todas las ciudades, en que comunicaba la creación de este instituto responsable de ordenar la atención de la salud. El Protomedicato, que funcionaba en la actual “Manzana de las Luces”, estuvo a cargo de Miguel O´Gorman (apellido irlandés que el propio O´Gorman hispanizó como Gorman). Gracias a una de sus iniciativas se hizo obligatoria la denuncia de la tuberculosis, otras enfermedades infecciosas y las heridas producidas por animales. Además, se comenzaron a regular las tarifas y los honorarios profesionales y a controlar el precio de los medicamentos.

 

Desde sus albores en la historia de la humanidad, y también aquí en el sur del hemisferio sur, como oficio, profesión, arte, disciplina y ciencia del boticario y la botica —o como los conocemos hoy, del farmacéutico y la farmacia—, han estado indisolublemente insertos en el “arte de sanar”.

 

Pero no fue aquella la única “invasión” que había tenido que enfrentar el Protomedicato del Río de la Plata***. Una injerencia análoga se había registrado cuando en 1793 el Virrey del Perú nombró a Agustín Ameller como teniente protomédico de la villa de Potosí, territorio que pertenecía al Río de la Plata. Finalmente, el Rey zanjó esta cuestión mediante una comunicación oficial, librada el 17 de agosto de 1798, en la que informaba al virrey del Perú de la creación y el funcionamiento efectivo del protomedicato de Buenos Aires, revalidando así su competencia jurisdiccional.

 

A LA ESPERA DE LA ANSIADA CREACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

Vale aquí referirse muy brevemente a un temprano anhelo de O´Gorman respecto de la formación de los boticarios. Proponía al virrey concretar en Montevideo una Academia Médica “para estímulo de los peritos, instrucción de los curanderos y expulsión de los inútiles”. Fundamentaba su elección de Montevideo en tanto sede “para asegurar su independencia como corporación científica, ajena a las influencias burocráticas y oficiales del Protomedicato asentado en Buenos Aires”. Al decir del insigne maestro Francisco Cignoli, O´Gorman “exponía con claridad sus vistas, y fundaba sus ´ansias´ de proveer al saber teórico y científico de los prácticos empíricos, que pululaban, y afirmaba que aquellos inconvenientes serían menores si ´se hubiese fundado ya la Universidad de Buenos Aires y en ella las correspondientes Cátedras de Ciencias Médicas´”.

Debe recordarse que ya en 1767 el Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires había realizado la propuesta de dirigirse al rey de España Carlos III de Borbón, para que cediera el antiguo edificio del colegio grande de los jesuitas, que habían sido expulsados por real pragmática de febrero de ese mismo año, con el fin de instalar una universidad pública. Así también, en 1789 el entonces virrey Vértiz mediante una cédula real autorizó a fundar la universidad, cédula que fue reconfirmada en 1784, 1786 y 1789, pero el proyecto no llegó a concretarse.

El desinterés prolongado de la corona española por dotar de una universidad a la ciudad puerto más pujante de la región iba a dejar mella en los grupos de ciudadanos ilustrados que propugnaban la instalación de un establecimiento de educación superior. Tanto así que la mezquindad de la corona sería recordada permanentemente durante los primeros años de la gesta revolucionaria, un hecho indicativo que destacaron los historiadores Tulio Halperín Donghi y Pablo Buchbinder en sus obras destinadas a relatar el devenir histórico de la enseñanza superior en el Río de la Plata.

Y, para observar cómo O´Gorman consideraba la necesidad de formación de los boticarios, valga este fragmento de su “reglamentación” de la proyectada Academia. Decía: “Los primeros ensayos serán de Anatomía y Fisiología, concluidas estas partes, una semana se tratará de la Historia de las Enfermedades en general y de la Dietética… En la segunda, la de Cirugía. En la tercera se tratará de la Materia Médica y de la Farmacia Química y Galénica”. A lo que agregaba: “Los Boticarios serán más instruidos y, por consiguiente, las medicinas simples y compuestas trabajadas según arte y tendrán más virtud y mejor efecto en las varias y distintas dolencias en que fueran aplicadas y, por último, S. M. tendrá con vida y salud más número de vasallos, mediante el auxilio divino que es el principal objeto de esta producción”. Todo esto en un “mientras tanto” … hasta que se fundara la tan reclamada Universidad de Buenos Aires, hecho que solo ocurriría en 1821, posteriormente a la llamada “Revolución de Mayo” y también a la Declaración de la Independencia. Pero esa, es otra historia.

 

Amalia Beatriz Dellamea. Centro de Divulgación Científica y Equipo de gestión editorial, FFyB En Foco, Facultad de Farmacia y Bioquímica, Universidad de Buenos Aires

 

Notas

*Los dos primeros boticarios laicos habilitados para el ejercicio profesional en el Río de la Plata fueron el catalán Pedro Joseph Piedra Cueva y el milanés Agustín Pica y Milans. Piedra Cueva presentó su acreditación de boticario primero en Buenos Aires al gobernador Bucarelli, funcionario que lo autorizó para la que fue la primera visita de inspección a boticas en la ciudad y al ejercicio profesional en las provincias a su cargo el 4 de marzo de 1768. Autorizado también por el Cabildo de Montevideo, Piedra Cueva estableció la primera botica de la ciudad oriental el 21 de marzo de 1768. Los descendientes de Piedra Cueva, boticarios también, estuvieron al frente de establecimientos análogos en Buenos Aires en los dos primeros decenios del siglo XIX. Los casos de boticarios propietarios de establecimientos en ambas orillas del Río de la Plata constituirán un negocio redituable que ejercerán los representantes más acaudalados del ramo farmacéutico en los siglos XVIII y XIX. En mayo de 1770, seis años antes de crearse el virreinato del Río de la Plata, el Cabildo de Buenos Aires autorizó al milanés Agustín Pica y Milans para el ejercicio de la profesión farmacéutica, hecho que lo convirtió en el primer boticario laico radicado en Buenos Aires. (Fuente: Cignoli, F. (1952-1954), Agustín Pica y Milans, primer boticario laico con título y Gabriel Piedra Cueva, primer visitador de boticas en el Buenos Aires colonial, Revista del Colegio de Farmacéuticos Nacionales. Segunda circunscripción (Rosario), XX y XXI, pp. 56-57). Aporte de la profesora e historiadora de la ciencia Analía Busala, Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires).

**Podrá ampliarse esta cuestión con el aporte historiográfico del doctor Alejandro Palomo, “Boticas y boticarios en el Buenos Aires colonial”, que se publica en esta misma actualización de FFyB En Foco.

***Los esfuerzos por lograr la autonomía de la Farmacia en el Río de la Plata se puntualizan en otro aporte del historiador Palomo que también complementa esta publicación: “La cuestión de la autonomía de la Farmacia durante la época colonial”. Allí se relata en detalle las aspiraciones autonómicas de los farmacéuticos y la discusión acerca de si resultaba conveniente “la dependencia de la farmacia a la medicina”.

 

Bibliografía

Cantón, Eliseo. Historia de la Medicina en el Río de la Plata. T. II, Madrid, 1928; en Cignoli, F., 1953.

Cignoli, Francisco. Historia de la Farmacia Argentina. Librería y Editorial Ruiz, Rosario, 1953, p. 101.

Furlong, Guillermo S. J. Médicos argentinos durante la dominación hispánica. Huarpes, Buenos Aires, 1947, p. 187.

Pérgola, Federico. Los primeros médicos del Río de la Plata. Rev. Argent. Salud Pública, 2015; 6(22): 44-45.

Porro Girardi, Nelly R. “Tiendas en el Buenos Aires virreinal (III)”. Épocas. Revista de la Escuela de Historia. USAL, 2008; 2:101-116.

Vera de Flaschs, María Cristina y Page, Carlos.  “Textos clásicos de Medicina en la botica jesuítica de Paraguay”. Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija, 2010; 13: 117-135.

 

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