El HITO INICIAL DE UNA VENERABLE PROFESIÓN: LA BIOQUÍMICA

El esquema de estudios del Doctorado en Bioquímica y Farmacia de la Universidad de Buenos Aires, aprobado el 4 de diciembre de 1919, cuyos 100 años estamos conmemorando, sería el modelo que en años sucesivos adoptarán otras instituciones académicas latinoamericanas. Se reseña a continuación los antecedentes más relevantes en este complejo derrotero académico y profesional.

 

ANTECEDENTES DE LA CREACIÓN DEL DOCTORADO EN BIOQUÍMICA Y FARMACIA

Ya a principios del siglo XX, el Departamento Nacional de Higiene, organismo de carácter federal responsable de la política sanitaria desde 1880, intentaba recortar las incumbencias del título de farmacéutico. Un testimonio de esas medidas que estaban en la agenda del Departamento Nacional de Higiene de 1911 era que los farmacéuticos no siguieran practicando análisis clínico-biológicos en sus dependencias oficinales. El artículo 14 de la ley nacional 4687 de 1905 había establecido que la “Oficina de Farmacia” debía tener una pieza destinada al laboratorio farmacéutico, separada del despacho de medicamentos al público y del depósito acondicionado para el mantenimiento de drogas a baja temperatura. Pero esa Ley no determinaba cuáles eran los profesionales autorizados, además de los farmacéuticos, para la ejecución de los análisis aplicados a la práctica de la medicina. Los análisis clínico-biológicos venían realizándose en las farmacias desde fines de siglo XIX, y eran una práctica compartida con los médicos.

 Sin embargo, el proyecto del Departamento Nacional de Higiene no llegó a concretarse debido a la rápida reacción de la Sociedad Nacional de Farmacia que salió al cruce de lo que tildó de “invasión injustificada” a la jurisdicción universitaria en una nota firmada por dos de sus principales directivos. La Sociedad proponía en la nota que la Escuela de Farmacia de la Universidad de Buenos Aires se pusiera a tono con la tendencia que cundía en la mayoría de las escuelas y facultades de esa especialidad en el mundo que estaban dotando a sus currículos académicos de conocimientos más elevados en Biología, Bacteriología e Higiene. La identidad del farmacéutico debía dejar de estar únicamente asociada al papel de mero manipulador y ejecutor de fórmulas magistrales, para transformarse en el “aliado natural del médico” y en “su mejor colaborador en la detección de la enfermedad mediante los análisis biológicos y clínicos de laboratorio para el diagnóstico del paciente”.

El reclamo de la Sociedad Nacional de Farmacia iba en sintonía con lo que pasaba en otros países. La incorporación de la enseñanza de la Bacteriología en las carreras de Farmacia fue un tema de debate internacional a fines del siglo XIX y principios del XX. La inclusión de la bacteriología y la microbiología en los temas de interés de los farmacéuticos anunció el maridaje que había de darse entre la Farmacia, la Química y la Biología. Así, en Latinoamérica, y particularmente en México, se reclamaba que los programas de estudio de los farmacéuticos incluyeran como materia la Bacteriología. Por representar un campo de estudio naciente, los farmacéuticos en Latinoamérica y la Argentina vieron la oportunidad de compartirlo con los médicos. Ejemplo de ello fue México donde en 1902 se desató un intenso debate acerca del papel de la bacteriología en la reforma del plan de estudios de la Escuela Nacional de Medicina. En el marco de esa discusión, los farmacéuticos y los estudiantes de Farmacia defendieron la incorporación de la disciplina a los programas de estudio.

Por su parte, en la Argentina, con la instalación del Laboratorio Central en 1902 se inició la enseñanza experimental de la Bacteriología y la Química biológica en el Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires y, por ende, la formación de médicos especialistas en laboratorio como Alois Bachman y Antonino Marcó del Pont. La enseñanza de los métodos de realización de los análisis clínicos y su práctica en pacientes estuvieron a cargo de los médicos que comenzaron a entrenarse en ese Laboratorio y en los servicios de Gregorio Chaves y Eufemio Uballes. También, en el laboratorio anexo a los mencionados servicios médicos, Roberto Wernicke enseñaba a los estudiantes de tercer año de Medicina la práctica de los análisis clínicos.

 A aquel intento limitante del ejercicio profesional por parte del Departamento Nacional de Higiene en 1911, deben sumársele, entre otras, las iniciativas para impedir que los farmacéuticos concursaran cargos en organismos técnico-burocráticos del Estado. Un ejemplo destacable de los organismos oficiales donde se buscaba excluir a los farmacéuticos y, por el contrario, favorecer el ingreso de los químicos, era la sección Bacteriología (luego Laboratorio de Bacteriología) de la Oficina Sanitaria Argentina del Departamento Nacional de Higiene, origen del Instituto Bacteriológico, luego Instituto Malbrán. Institución emblemática del Centenario, el Instituto Bacteriológico se inauguró en 1916, concebido sobre el modelo del Instituto Pasteur de París. Otro ejemplo puede encontrarse en un decreto de la autoridad sanitaria nacional que disponía que solo los médicos y los veterinarios podían optar al título de Bacteriólogo que planeaba crearse.

Como había ocurrido en 1911, la comisión directiva de la Sociedad Nacional de Farmacia consiguió que un decreto posterior reconociera la admisión de los farmacéuticos en idénticas condiciones que los médicos y los veterinarios. Y, pese a que el Departamento Nacional de Higiene de-mostró disposición para modificar su carpeta de medidas, la Sociedad Nacional de Farmacia empezó a percibir con alarma creciente que había llegado la hora de contrarrestar por la vía académica las futuras embestidas en contra de sus fueros profesionales. Para ello, debía hallar estrategias de gestión que persuadan a los dos cuerpos colegiados que, desde la reforma del estatuto de la Universidad de Buenos Aires en 1906, gravitaban en la Facultad de Ciencias Médicas; es decir, el Consejo Directivo, órgano de gobierno, y la Academia de la Facultad de Ciencias Médicas, cuyas funciones se limitaban a consultas y asesoramiento científico y cultural.

 

CÓMO ERA EL PANORAMA EN LA ENSEÑANZA

 Por otra parte, debe señalarse una cuestión estrictamente ligada al panorama de la enseñanza universitaria. Nos referimos a la forma en que se integraba la oferta de estudios que podía rivalizar al conferir titulaciones con posibilidades de habilitar para la práctica de análisis clínicos y bacteriológicos. En 1877 se creó la Facultad de Ciencias Medicas de la Universidad Nacional de Córdoba que incluía una Escuela de Farmacia. Ante ello, la Sociedad Nacional de Farmacia denunció la inexistencia de un decreto del Poder Ejecutivo Nacional que otorgase a esa Universidad el sustento legal necesario para expedir el título de farmacéutico. Tal era el clima de corrupción, comentaba el documento de la entidad representativa de la profesión, que los diplomas de farmacéutico se multiplicaban como “los panes y peces de que nos habla la Biblia”.

Una mención especial merece la creación del doctorado en Química de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1896, el primero consagrado al estudio de la disciplina en nuestro país. La iniciativa surgió en el marco de una reforma de los doctorados de la mencionada facultad. El objetivo del Doctorado era cubrir las necesidades de la incipiente industria nacional. Aún así, en el plan inicial de estudios, figuraba la práctica de análisis clínicos en el programa del tercer curso de Química analítica aplicada correspondiente al cuarto año de la carrera. El diseño inicial de la carrera estuvo a cargo del farmacéutico y doctor en Ciencias Naturales Atanasio Quiroga, docente también de la Escuela de Farmacia. En los primeros años se inscribieron pocos estudiantes. En 1916, el total de diplomados desde la primera promoción era 60, de los cuales más de la mitad seguían luego la carrera de Farmacia. Fue recién a partir de la labor combinada entre la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y la Sociedad Química Argentina, luego Asociación Química Argentina, fundada en 1912 que el doctorado en Química empezó a experimentar un despegue.

Por otra parte, en 1905, cuando se nacionalizó la Universidad de la Plata, se creó el primer Doctorado en Química y Farmacia dependiente del “Museo o Facultad de Ciencias Naturales y Química” dirigido por Enrique Herrero Ducloux, farmacéutico y primer químico diplomado en la Universidad de Buenos Aires. Por entonces, varios farmacéuticos de Buenos Aires tomaron esa opción académica desvinculada de la enseñanza de la medicina que no les estaba ofreciendo la Universidad de Buenos Aires. Así es que el nuevo doctorado tuvo una matrícula inicial de 35 farmacéuticos.

La buena recepción por parte de los farmacéuticos de Buenos Aires se debió a que, pese al trajín que implicaba trasladarse a La Plata, lo estimaban como un ámbito académico más natural que estudiar el doctorado en Química en la Universidad de Buenos Aires. Pero la Sociedad Nacional de Farmacia expuso su desacuerdo puesto que había estado impulsando con ahínco la reimplantación de un Doctorado en Farmacia en la Universidad de Buenos Aires, previsto en el Arreglo en la Medicina de 1822 y que fue restablecido en 1874 (Recuadro1). También en 1911, la Universidad Provincial de Santa Fe empezó a dictar la carrera de Farmacia, seguida por la Universidad Provincial de Tucumán en 1914.

En el primer decenio del siglo pasado, fueron presentados dos proyectos en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires que no llegaron a concretarse. El primero de ellos de 1905, un Doctorado en Farmacia, el del académico de la Facultad de Ciencias Médicas y ex decano de la misma, Leopoldo Montes de Oca. El segundo, un Doctorado en Química y Farmacia a propuesta del consejero y futuro rector de la Universidad de Buenos Aires, José Arce. Debemos también señalar que el farmacéutico Roque Fumasoli, en el marco del Primer Congreso Farmacéutico Argentino reunido en 1916, postuló la necesidad de crear un Doctorado en Química y Farmacia. El dato de interés es que en el documento de clausura del congreso se registró un voto que reclamaba la creación de una Facultad de Farmacia, Química y Ciencias Naturales, sin aclarar qué unidad académica la albergaría.

En medio de este clima de efervescencia, el profesor y consejero de Farmacia en la Facultad de Ciencias Médicas, Miguel Puiggarí (h) presentó el proyecto de creación del Doctorado en Farmacia el 3 de noviembre de 1916, que tuvo dictamen favorable por mayoría en la Comisión de Enseñanza del Consejo Directivo y recibió la aprobación del Consejo Superior el 30 de noviembre de 1916. En ambos cuerpos, la discusión se desarrolló en el contexto de un ríspido debate. Ese Doctorado en Farmacia fue suprimido cuando se aprobó el Doctorado en Bioquímica y Farmacia (Recuadro 2).

En el ámbito legislativo, la comisión de Legislación de la Cámara de Diputados de la Nación emitió en septiembre de 1918 un despacho en el que aconsejó la sanción de un proyecto de ley de “ejercicio de la medicina y ramos fines” presentado por los legisladores Benjamín Tomas Solari, por un lado, y Carlos Melo y Marcial Vicente Quiroga, por otro. Quiroga era un reconocido profesor y académico de la Facultad de Ciencias Médicas. En la época en que presentó el proyecto, Quiroga era consejero de la Facultad, aunque poco tiempo después fue reemplazado por Pascual Palma, férreo opositor de la implantación del grado doctoral en Farmacia por considerar que aprobarlo fomentaba “la fábrica de doctores”. El proyecto les permitía a los químicos un avance significativo sobre el ejercicio de las artes de curar, ya que dentro “del ejercicio de la química” estaban comprendidos, entre otros, “los análisis de interés toxicológico y clínico”. Pero, cuando las negociaciones en el Congreso parecían encaminadas por el despacho favorable de la Comisión de Legislación, se venció el plazo parlamentario de dos años, sin recibir sanción.

El Primer Congreso Nacional de Química reunido en 1919 no sólo prestó masivo apoyo al proyecto de ley sino que también planteó la división de los estudios de la química en el país. La primera era la titulación doctoral en Química ya existente, orientada a la investigación, y la otra era una nueva carrera en el país, la ingeniería química.

Fue 1919 el año en el que se detectaron señales inequívocas de que el Doctorado en Farmacia no cubría del todo las aspiraciones de jerarquización de los estudios. Los químicos disentían con la orientación dada al Doctorado en Farmacia diseñado por Puiggarí. De acuerdo con su criterio, los farmacéuticos debían estar preparados para la industria, es decir, lo contrario de lo que ofrecía el doctorado de la Universidad de Buenos Aires.

 

DOS PROYECTOS EN PUGNA EN LA UBA

A fines de 1919, dos proyectos doctorales estarían en pugna en el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Médicas, sin embargo, los actores sociales implicados se inclinarán rápidamente a favor del novedoso proyecto de creación de un Doctorado en Bioquímica y Farmacia. Por un lado, el consejero Manuel Irízar, profesor de Técnica Farmacéutica había presentado una propuesta de reforma del plan de estudios de la carrera de Farmacia, preservando el grado de Doctor. Propuso también la instalación de una Facultad de Farmacia desvinculada de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires con edificio propio y financiamiento independiente.

De otra parte, el autor del proyecto del Doctorado en Bioquímica y Farmacia fue el farmacéutico y químico Juan Antonio Sánchez, profesor titular desde 1917 del curso de Química Analítica del primer año del Doctorado en Farmacia. Elegido consejero por la Escuela de Farmacia en 1919, en la primera sesión en la que le tocó actuar, Sánchez presentó el proyecto de creación del Doctorado en Bioquímica y Farmacia junto al consejero Osvaldo Loudet, uno de los principales líderes del movimiento estudiantil reformista en la Facultad de Ciencias Médicas.

Años más tarde, el por entonces presidente de la comisión directiva de la Sociedad Nacional de Farmacia, Emilio Negrete, señaló que el valor principal del proyecto de Sánchez fue incorporar la Bioquímica al grado doctoral. La ventaja del Doctorado en Bioquímica y Farmacia con respecto al Doctorado en Farmacia era, además, que todas materias se dictaban en la Facultad de Ciencias Médicas. El proyecto original preveía el título de Químico-farmacéutico, en reemplazo del de farmacéutico; pero, a raíz de un pleito judicial promovido por la Sociedad Química Argentina, el Consejo Superior debió suprimirlo.

El elemento característico del Doctorado es que conceptualizaba a la Bioquímica como un “perfeccionamiento de los estudios de Farmacia”. El primer año del programa incluyó Química analítica de medicamentos (primer curso), Bromatología, Química Biológica, Física biológica, Anatomía y Fisiología comparadas; el segundo, Química analítica de medicamentos (segundo curso), Farmacología argentina y fitoquímica, Microbiología, Materia médica y fármaco-dinamia, y Toxicología.

El Doctorado en Bioquímica y Farmacia constituyó el hito inicial de una venerable profesión, la bioquímica. Su esquema de estudios será el modelo que en años sucesivos adoptarán algunas universidades latinoamericanas *. Bernardo Houssay resumiría en una frase la particular asociación académica sin precedentes en Europa y Occidente que adjuntaba la enseñanza de la Farmacia a la Bio-química y que triunfó por primera vez en la Argentina: “Solamente en Sudamérica, por la preocupación de los farmacéuticos de estar preparados para realizar análisis clínicos, se ha unido en título de Doctor en Bioquímica al del Farmacéutico”.

 

Prof. Analía Busala, Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires; actualmente realiza su doctorado en la Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA.

 

Nota

* Es de notar que, que los farmacéuticos mexicanos en 1919 tomaron el camino inverso al elegido por la Escuela de Farmacia de la Universidad de Buenos Aires. La Sociedad Farmacéutica Mexicana gestionó ante las autoridades correspondientes que la carrera de Farmacia pasara de la Escuela Nacional de Medicina a la Escuela Nacional de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México. Como resultado, lograron la creación de una Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia que otorgaba el título de químico –farmacéutico. La nueva identidad como químicos les permitió a los farmacéuticos tener acceso tanto a la industria química y farmacéutica como a la práctica de los análisis químicos y clínicos en general. En adelante, como contrapartida del cambio de identidad, aunque los farmacéuticos continuaron siendo los especialistas de la preparación de medicamentos, perdieron terreno en el ámbito sanitario.

 

 

RECUADRO 1

Antes y después de la Revolución de Mayo, pese a que los farmacéuticos de Buenos Aires buscaron desligarse de la tutela de los médicos, los conflictos se resolvieron siempre a favor de la medicina. Desde su fundación en 1856, la Asociación Farmacéutica Bonaerense, que cambió varias veces de nombre, osciló entre la solicitud de una Facultad de Farmacia independiente de la Facultad de Medicina y la implantación de un doctorado en Farmacia, ya previsto en el Arreglo en la Medicina de 1822, primer plexo normativo nacional destinado al control sanitario y la regulación de las artes de curar. Así, el Arreglo de la medicina que también contempló la creación de la Academia de Medicina, estipulaba en su título tercero que la Farmacia debía incorporarse al Departamento de Medicina de la Universidad de Buenos Aires “formando sus profesores un solo cuerpo con los de Medicina, con la opción de los grados de licenciado y doctor” pero sin determinar el tipo de estudios específicos que debían impartirse.

En la reestructuración universitaria de 1874, la Facultad de Medicina se reincorporó a la Universidad de Buenos Aires, de la que había permanecido separada desde Caseros. Un año después, la Academia de la Facultad de Ciencias Médicas modificó los reglamentos de la Escuela de Farmacia, otorgando los títulos de licenciado y doctor en Farmacia, medida que tendrá vigencia hasta 1894, cuando la Universidad de Buenos Aires suprimió el grado doctoral.

La licenciatura en Farmacia duraba dos años, además, debía acreditarse dos años de práctica profesional. Para el doctorado en Farmacia se requería un año más de estudios y la presentación de una tesis con las formalidades exigidas a los estudiantes de Medicina. Las asignaturas que debían estudiarse eran Higiene, Toxicología y Medicina Legal en la escuela de Medicina. Entre 1881 y 1893 el minúsculo elenco de doctores en Farmacia se compuso por Domingo Parodi, Miguel Puiggarí, Berardo Rodríguez, Miguel  Puiggari (h.) y Francisco Lavalle.

 

 

RECUADRO 2

El Doctorado en Farmacia de 1916

Para el doctorado en Farmacia se requerían dos años de estudios y una tesis. En el primer año se estudiaba Complementos de matemáticas, Mineralogía y Geología, Botánica (2do. curso), Bibliografía botánica argentina, Química analítica (medicamentos) y Química biológica. El segundo año comprendía Química analítica aplicada (Bromatología), Física general, Bacteriología, Toxicología y Química legal.

Cuando el proyecto de Doctorado ingresó al Consejo Superior de la Universidad, el abogado Rodolfo Rivarola, miembro informante de la Comisión de Enseñanza, solicitó que el proyecto no fuera tratado sobre tablas hasta tanto no se documentara sobre las modalidades pasadas y presentes de los estudios superiores de Farmacia en el mundo.

En la sesión del 30 de noviembre de 1916, Rivarola presentó un informe del panorama de la enseñanza de la Farmacia en el mundo y en la Argentina. En el centro del debate estaba la discusión de si en la Universidad de Buenos Aires podían coexistir el Doctorado en Química que se había creado en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1896, y este nuevo Doctorado en Farmacia que se pretendía crear en la Facultad de Ciencias Médicas y que ya había sido suprimido en la Universidad en 1894 con el argumento de que ambos títulos no podían convivir. Rivarola sugería también una tercera posibilidad, la de la implantación de un doctorado en Química y Farmacia, opción similar a la existente en la Escuela de Química y Farmacia de la Universidad Nacional de La Plata, del que hicimos mención en la nota central.

 

     

    Bibliografía consultada

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    Cignoli, Francisco (1953), Historia de la farmacia argentina, Rosario, Librería y Editorial Ruiz.

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    Revista Farmacéutica, 1° de agosto de 1912: 304. Asamblea del 27 de junio de 1912. Presidente R.H. Fumasoli.

    Revista Farmacéutica, enero de 1919, n° 1, pp. 343-345. El ejercicio legal de la medicina, la química, la odontología, la farmacia y la obstetricia.

     

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