JULIETA LANTERI: UNA FUERA DE SERIE

Las barreras para las mujeres se volvían cada vez más infranqueables. Con esfuerzo habían logrado matricularse y graduarse en carreras universitarias superiores a fines del siglo XIX y principios del XX. Pero ejercer la docencia en sus unidades académicas les estaba vedado. Un panorama bastante generalizado en el mundo y particularmente en América latina. Relatamos aquí la ardua lucha emprendida por la farmacéutica y médica egresada de la Universidad de Buenos Aires, Julieta Lanteri, a principios del siglo pasado.

 

 

A Julieta no se le dificultó el ingreso a la carrera de Medicina gracias a las pioneras Élida Passo (quien no pudo recibirse debido a su prematura muerte) y Cecilia Grierson, que debió invocar el precedente de Élida. Esa barrera, entonces, había sido derribada exitosamente; de hecho, Julieta fue la sexta médica egresada de la UBA. Pero, una vez graduada, le surgirían nuevos escollos: el ejercicio de la docencia universitaria en la Facultad de Ciencias Médicas estaba vedado a las mujeres.

Es como si ella se hubiese inscripto en una prueba atlética de 100 metros con vallas, en que cada uno de los obstáculos está demarcado a la perfección, pero algún malintencionado se los hubiese ido corriendo caprichosamente. Hoy el interés en las universidades latinoamericanas —porque las europeas y de América del Norte en general ya lo han hecho— es develar dónde estuvieron situados esos obstáculos. Y cómo aquellas mujeres los superaron (o no), con qué estrategias; y en especial desentrañar qué barreras todavía perviven. Según María Pozzio, más allá de conocer las trayectorias de las mujeres que abrieron brecha, lo interesante es conocer los modos en que se enfrentaron a un universo masculino —hostil y lleno de prejuicios— y, también, cómo ejercieron la profesión. Porque esto constituye la verdadera enseñanza, el auténtico rescate de experiencias.

“Los intentos de las primeras médicas para acceder a la docencia universitaria o a la investigación —ámbitos profesionales negados al desempeño femenino— pusieron de manifiesto las dificultades que debieron sortear en el campo del conocimiento. Aquellas que alcanzaron la docencia universitaria, lo hicieron en calidad de auxiliares, es decir, en la escala más baja de la estructura académica”, relató María Clementina González.

Si bien esos empeños por incorporarse a las profesiones médicas fueron tempranos, “la posibilidad de lograr puestos, una vez obtenido los diplomas correspondientes, no se correspondían con sus calificaciones o logros académicos. El sistema sanitario no otorgaba posibilidades a las mujeres en espacios marcados con fuerte misoginia”, advirtió Dora Barrancos. Porque otro tanto ocurría también respecto del acceso a cargos de responsabilidad y decisión en las estructuras hospitalarias. La lenta apertura implicó, de todos modos, superar las dificultades y los padecimientos vinculados a la discriminación de las mujeres, así como la puesta a prueba del temple de las primeras médicas en todos los países. Las mujeres no solo debían demostrar disposición intelectual, sino que también dada sus obligaciones familiares, disponibilidad horaria para los cargos a los que aspiraban, explicaron por su parte Ana Domínguez Mon y Claudia Lozano. Algún parecido con la actualidad… ¿pura coincidencia?

A lo que María Fernanda Lorenzo suma: “En el caso argentino, el acceso a la docencia universitaria ha sido uno de los espacios profesionales que mayores conflictos ha generado en diferentes momentos de la historia de la universidad. Por eso, no podemos dejar de relacionar el lento avance que las mujeres han tenido en el campo de la docencia universitaria, con los diferentes conflictos políticos que se han producido en este sentido”.

 

HASTA ACÁ LLEGARON, CHICAS

Previo a la designación de las primeras docentes universitarias, que comenzó a ocurrir más bien a partir de la década de 1920, pueden hallarse intentos fallidos en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX.* “El primer pedido de una mujer para acceder a la docencia universitaria se registró en 1894, cuando Cecilia Grierson se inscribió en el concurso para profesor sustituto (hoy denominado adjunto) para la cátedra de Obstetricia, de la Escuela de Obstetricia de la Facultad de Medicina, pero el concurso fue declarado desierto a pesar de que sus antecedentes eran acordes al cargo”, refirió Lorenzo, a partir de la revisión de numerosas publicaciones de Historia de la Medicina.

Por su parte, desde 1909 Julieta Lanteri pretendió ser profesora suplente de la cátedra de Enfermedades Mentales. A través del estudio de su Legajo recontamos su infructuosa lucha. Así, en abril de ese año, Lanteri dirigió una nota al Decano de la Facultad de Ciencias Médicas:

 

La que suscribe, Doctor en Medicina diplomada en 1907 en esta Facultad solicita al Sr. Decano quiera concederle adscripción a la Cátedra de Enfermedades Mentales.

 

En los sucesivos pases administrativos encontramos que se advierte el siguiente ´detalle´; habían hallado la excusa perfecta para denegar la solicitud: su extranjería.

(…)Según su expediente de ingreso y su recibo de diploma, es Italiana (…)

 

El trámite pasó a la Comisión de Enseñanza, que el 2 de agosto de 1910 informó al Decano:

La Comisión de Enseñanza ha estudiado esta solicitud y como la Dra. Lanteri es italiana no reúne los requisitos. (…)

 

 

 

 

La solicitud fue tratada en sesión del Consejo del 11 de agosto de 1910, con una decisión lapidaria: No ha lugar archívese.

“Resulta llamativo que en el caso de Lanteri apelaran a la condición de extranjería, cuando en realidad ella se había formado profesionalmente en la Argentina”, señaló Lorenzo. De hecho, Julieta llegó al país a los 6 años, junto a sus padres y una hermana menor. Primero se establecieron en Buenos Aires y luego en La Plata. Allí hizo sus estudios secundarios en el Colegio Nacional, no en la Escuela Normal, hecho indicativo de que sus anhelos formativos no iban dirigidos a la docencia primaria, sino a las ´profesiones´. Ingresó en la Universidad de Buenos Aires, primero en la carrera de Farmacia, de donde egresó en 1898; mientras avanzaba en esos estudios, en 1896 había solicitado ingreso en Medicina. A saber, como planteó Lorenzo: “El argumento del rechazo fundamentado en su origen extranjero es poco fundado y creíble, más bien parece estar originado en ciertos prejuicios no dichos sobre las capacidades de las mujeres”.

Pero esto, lejos de amedrentarla, se convirtió en un nuevo acicate. Inició rápidamente las acciones judiciales para naturalizarse argentina; contaba para ello con el camino ganado por otras luchadoras: las hermanas rusas Chertkoff (a propósito, fueron socialistas, feministas, activistas y merecerían otro artículo para revalidar sus derroteros de lucha, en especial Fenia). El fallo fue favorable en primera instancia a Lanteri, pero el procurador fiscal lo desestimó porque estaba casada y requería del permiso del esposo para iniciar la causa judicial. ¡A litigar, de nuevo! Ocho meses después obtuvo, finalmente, su Carta de Ciudadanía.

Tenía lo requerido para sus dos frentes de batalla. El primero, votar en elecciones. Así que el 16 de julio de 1911 fue a inscribirse al padrón electoral de la ciudad de Buenos Aires, aprovechando que había un reempadronamiento. El 26 de noviembre de ese año pudo votar en los comicios municipales de la ciudad, convirtiéndose en la primera mujer en hacerlo en la Argentina y, probablemente, la primera en América latina. Esto será relatado con detalle en otro artículo enfocado en sus incansables luchas por los derechos civiles y políticos de las argentinas.

Ahora Julieta reincidiría en el segundo frente: el acceso a la carrera docente universitaria. Así que el 23 de agosto insistió con otra nota al Decano de la Facultad de Ciencias Médicas:

La que suscribe Doctor en Medicina, naturalizada argentina, diplomada en 1907 en esta Facultad solicita del Señor Decano quiera concederle adscripción a la Cátedra de Enfermedades Mentales.

 

 

 

 

Nuevamente se suceden varios pases administrativos en los que se observa el certificado de estudios, materias, años de aprobación y calificaciones, a lo que se anotó debajo: Adjunto con la solicitud presentó una carta de ciudadanía expedida bajo el número 222 con fecha Julio de 1911 por ante el Sr. Juez en lo Federal (…)

 

Y aquí aparecerá, por primera vez, el verdadero motivo de las reiteradas negativas de las autoridades de la Facultad: el 17 de abril de 1912, los miembros de la Comisión de Enseñanza se sinceraron (por decirlo de algún modo):

Como se trata del primer caso en que una mujer solicita adscripción como pretendiente al cargo de Profesor Suplente, la Comisión cree que el H. Consejo debe avocarse** la discusión del mismo.

El Honorable Consejo ´discutió´ el tema en la sesión del día siguiente, 18 de abril de 1912, y se expidió escuetamente, sin exponer razón alguna:

De acuerdo con lo sancionado por el H. Consejo no ha lugar a lo solicitado y archívese.

 

 

 

 

En el folio 23 finaliza el Legajo de Lanteri obrante en la Facultad de Medicina de la UBA. Pero pudimos saber que años después intentó presentarse a otro concurso de profesora adjunta. Fracasó nuevamente y abandonó en forma definitiva sus anhelos académicos.

De lo que sí ha dejado clara constancia Julieta Lanteri es que este derecho le fue conculcado, y nunca pudo ejercer la docencia en la casa de estudios donde se había formado. No importa cuál haya sido el resorte –nos dice Dora Barrancos en “Julieta Lanteri o la tozudez por la inclusión”– no hay dudas de que la habitaba un anticipado sentimiento de la diferencia que hará de ella uno de los seres más incisivos en materia de reclamos de igualdad entre los sexos.

 

MÁS ALLÁ DE LO DISRUPTIVO, QUE ES MUCHO DECIR

Es que ´el huracán Lanteri ´ nunca estuvo dispuesto a esperar mansamente que llegaran los tiempos de amoldamiento y aceptación. Quizá por eso mismo las autoridades de la Facultad (y tantas otras instituciones, organismos y personas) no querían saber nada con ella.

Intrépida, valerosa, osada, atrevida, arrojada, resuelta, impertinente… eran los adjetivos subjetivos axiológicos más benévolos que se le endilgaban. Pero interesantemente, la doctora Dora Barrancos le adjudicó otro atributo: Lanteri era una virago. Al decir de Barrancos: “El desempeño de Julieta evidencia una voluntad singularmente determinada, la exhibición de un deseo potente de libertad y la afirmación de una subjetividad soberana que la condujeron a emprendimientos nada convencionales. Sus detractores, varones y mujeres, seguramente se sintieron amenazados por su feminismo radicalizado, una suerte de desfeminización con gestos propios de una virago perturbadora confirmadores de un carácter excepcional”.

 

Doctora Julieta Lanteri, militante a favor de los derechos de la mujer, mayo de 1912.
Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 96209.

 

Una virago perturbadora*** define con mayor precisión su manera de ser, estar y actuar en el mundo. Su ir más allá de todo límite impuesto por la época sorprendía incluso a sus compañeras de lucha, como puede observarse en los estudios de la historiadora uruguaya Inés Cuadro Cawen, quien al revisar la correspondencia entre las feministas latinoamericanas mostró cómo en ocasiones se sentían ´superadas´ por los exabruptos y provocaciones de “La Lanteri”. Así era llamada en los principales diarios de la época que hablaban profusamente de ella y de sus acciones políticas disruptivas. Daremos cuenta de ello al abordar la red de feministas, mayoritariamente integrada por las primeras egresadas universitarias de América latina, en un próximo artículo. Es que Julieta siempre iba más allá de lo esperado, de lo tolerable. Su grito de guerra así lo muestra: “Los derechos no se mendigan. ¡Se conquistan!”. Y en ese camino lograba exasperar a todos, todas y todes.

 

Amalia Beatriz Dellamea. Centro de Divulgación Científica y Equipo de Gestión Editorial de FFyB En Foco

 

Notas

*La primera médica responsable de un curso universitario sería Bárbara Mauthe de Ymaz (había egresado en 1902) que impartió Psicología Experimental en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Buenos Aires. “Pero debió hacerlo en otra Facultad, la de Filosofía y Letras. (…) El curso fue de corta duración y además en una facultad de muy breve tradición académica, había sido creada hacía pocos años, a diferencia de Medicina, lugar de graduación de la mencionada profesora”, señaló María Fernanda Lorenzo (cita comp. infra en Bibliografía).

Por su parte, respecto de Cecilia Grierson: “Ya comenzado el siglo XX, dictó cursos de kinesioterapia y gimnástica médica y fue adscripta a las cátedras de Física Médica y de Obstetricia en la Universidad de Buenos Aires”, refirieron Alfredo Kohn Loncarica y Norma Isabel Sánchez (en María Fernanda Lorenzo, op. cit.).

**Diccionario Panhispánico de Dudas:

avocar. Dicho de una autoridad gubernativa o judicial, ‘reclamar para sí [una cuestión que correspondería resolver o tratar a otra inferior]’: «El rey avoca la causa al Consejo de Indias» (Lopetegui/Zubillaga Iglesia [Esp. 1965]). Este verbo es transitivo y no es correcto su uso como pronominal (avocarse), como ocurre a veces por confusión con abocar(se) (‘dedicarse de lleno a una actividad’.

Puede tratarse, entonces, de un error ortográfico en el Legajo.

*** Una virago es una mujer que demuestra valentía, fuerza. Proviene de la palabra latina virāgō (genitivo virāginis) que significa «vigoroso» (viril y virtud). Históricamente, el término tuvo connotación positiva y reflejaba el heroísmo y las cualidades ejemplares de masculinidad. Pero, también comenzó a asumir rasgos peyorativos, para referir a una mujer que es masculina (marimacha, machona, hombruna), que actúa agresivamente o como hombre. La palabra virago casi siempre ha tenido una asociación con la transgresión de género cultural. Hay casos documentados de viragos, como Juana de Arco que dirigía ejércitos, planeaba batallas y las peleaba, vistiendo ropa de hombre. A propósito se recomiendan dos artículos de FFyB En Foco que abordaron casos similares: el de Enrique/Enriqueta Faver, primera médica en territorios españoles en las Américas, quien se vestía de hombre (http://enfoco.ffyb.uba.ar/content/enrique-faver-primera-m%C3%A9dica-en-los-dominios-del-imperio-espa%C3%B1ol-en-am%C3%A9rica), y el relato de los prejuicios que padeció Juana de Arco por ser una virago y, además, sufrir de epilepsia. (http://enfoco.ffyb.uba.ar/content/locas-peligrosas%E2%80%A6-m%C3%ADsticas-religiosas%E2%80%A6-o-personas-descartables-historia-de-mujeres-con).

 

Agradecimientos: a Analía Verrie, Patricia Carrizo, Walter Andzilewko, Viviana Garetto y Analia Elizabeth Cogolato, de la Biblioteca Central “Juan José Montes de Oca”, y Áreas de Archivo y Digitalización, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires. Al Lic. Leonardo Santolini de la Subsecretaría de Comunicación y Cultura, Facultad de Farmacia y Bioquímica, Universidad de Buenos Aires.

 

 

Categoria: 
Aportes históricos
Facebook Twitter Share

Dejar un comentario

Boletines

Subscribase para recibir aviso de nuevas noticias.