LOS AMIGOS MENOS PENSADOS: MICROBIOTA INTESTINAL Y CEREBRO

Hace algunos años, un grupo de científicos concluyó que no hubo momento en la historia de la humanidad en la que el ser humano no haya estado en contacto con microorganismos. Durante miles de años crecimos y vivimos rodeados de virus, bacterias y hongos. Hoy, luego de varios años de investigación, hay indicios de que estos microorganismos podrían ser fundamentales para el funcionamiento de nuestro cerebro.

Existe una comunidad de microorganismos que residen en nuestro cuerpo y nos acompañan todos los días. En su conjunto se los denomina microbiota y distintas partes de nuestro cuerpo tienen su comunidad de virus, bacterias y hongos con características particulares. Entre ellas se destaca la comunidad de microorganismos que vive en nuestros intestinos, la microbiota intestinal. Tan solo en la última porción de nuestro intestino, se estima que viven más microorganismos que células humanas componen todo nuestro cuerpo.

 

Muchos investigadores se preguntaron si existe una relación entre el cerebro y la microbiota intestinal. Se encontraron con varias vías de comunicación que en su conjunto denominaron eje-microbiota-intestino-cerebro. A lo largo de nuestra vida, la microbiota intestinal le estaría mandando señales al cerebro a través de este eje.

 

En el último tiempo, muchos investigadores se preguntaron si existe una relación entre el cerebro y la microbiota intestinal. Se encontraron con varias vías de comunicación que en su conjunto denominaron eje-microbiota-intestino-cerebro. A lo largo de nuestra vida, la microbiota intestinal le estaría mandando señales al cerebro a través de este eje que está compuesto por vías clásicas como  el sistema nervioso autónomo o el sistema inmune y otras más novedosas, como la mediada por los ácidos grasos de cadena corta.

Pero ¿qué información intercambia la microbiota con el cerebro? La mayoría de la información que se conoce resulta del trabajo con animales de laboratorio. Los investigadores empezaron a estudiar a roedores nacidos y criados en condiciones de ausencia total de microorganismos. Ni uno solo en su intestino o su piel. Encontraron que estos animales reaccionaban exageradamente al estrés. Incluso, tenían problemas para interactuar con sus pares y exhibían un comportamiento de tipo ansioso. Cuando analizaron su cerebro encontraron que los niveles del neurotransmisor serotonina estaban cambiados, que sus células microglía no habían madurado e, incluso, que la formación de nuevas neuronas no ocurría en la forma en la que se esperaba. Llegaron a la conclusión de que (al menos) en roedores, la microbiota intestinal incide en el desarrollo y el funcionamiento del cerebro. Sin embargo, todavía no hay evidencias sólidas de que esto se replique en humanos.

 

Se llegó a la conclusión de que (al menos) en roedores, la microbiota intestinal incide en el desarrollo y el funcionamiento del cerebro. Todavía no hay evidencias sólidas de que esto se replique en humanos.

 

Lo que sí se conoce en humanos es que en los primeros dos años de vida la composición de la microbiota intestinal es muy variable. El parto es el primer momento en el que entramos en contacto masivo con microorganismos. Investigadores encontraron que, dependiendo del tipo de parto, cesárea o vaginal, la microbiota intestinal del recién nacido podía asemejarse más a la de la piel o a la de la vagina de la madre, respectivamente.

Otro determinante está dado por si la alimentación inicial es lactancia materna o leche de fórmula. La leche materna no solo va cambiando su composición para acompañar el crecimiento del recién nacido, sino que investigaciones muy recientes proponen que es el medio por el que la madre le transfiere bacterias al intestino del lactante. Además, la leche materna tiene unos azúcares especiales que son el sustrato perfecto para que las bacterias del intestino crezcan y colonicen todo el intestino del lactante. Con el tiempo, la leche de fórmula ha modificado su contenido para parecerse más a la leche materna, sin embargo la microbiota intestinal de un bebé alimentado con leche materna es distinta que la de un bebé alimentado con leche de fórmula. La introducción de la comida sólida es lo que define un nuevo cambio en la composición de la microbiota intestinal, que luego de los primeros dos años de vida, va a permanecer bastante estable hasta la adultez (salvo que algo cambiemos la dieta, consumamos medicamentos o tengamos alguna enfermedad).

¿Por qué resultaría importante qué tipo de microbiota habita nuestro intestino? Los primeros dos años de vida son también importantes para el desarrollo del cerebro y del sistema inmune. Es esperable que si la microbiota se está contactando con el cerebro, cambios en ella incidan en cómo maduran los otros sistemas. Algunos estudios muy pequeños han descripto la microbiota intestinal del nacimiento por cesárea como menos diversa y la han asociado con episodios de asma en la niñez o incluso con una respuesta exagerada frente a situaciones estresantes en la adolescencia. Si bien resta aún confirmar estas asociaciones, pareciera que una microbiota intestinal de composición poco diversa podría influenciar el desarrollo del cerebro.

 

Si la ausencia de algunos microorganismos puede estar afectando a nuestra salud, la incorporación de ellos podría ser la solución. Aquí entran en acción los probióticos… Se piensa que en un futuro no muy lejano podremos comprar en la farmacia probióticos para tratar, por ejemplo, la depresión.

 

Si la ausencia de algunos microorganismos puede estar afectando a nuestra salud, la incorporación de ellos podría ser la solución. Aquí entran en acción los probióticos, bacterias (viables) que cuando se ingieren producen un beneficio a la salud. Investigadores de todo el mundo están estudiando cómo el consumo de algunos probióticos podría impactar en nuestro estado de ánimo, si nos sentimos ansiosos, o cómo respondemos frente a situaciones de estrés. Muchos académicos piensan que en un futuro no muy lejano podremos comprar en la farmacia probióticos para tratar la depresión.

En el último siglo, con el uso de antibióticos y los cambios en los patrones de consumo alimenticio, la microbiota intestinal de la población mundial se ha vuelto más pobre. ¿Está relacionado este cambio con la incidencia de enfermedades de salud mental? Queda aún mucho por saber e investigar, pero se ha abierto un campo fascinante en el que la microbiota intestinal adquiere un papel protagónico y que presenta una nueva oportunidad para los profesionales de la salud.

 

Martín Codagnone es bioquímico y doctor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Área Neurociencia; posdoctorado en APC Microbiome Ireland en University College Cork, Irlanda; jefe de trabajos prácticos, Cátedra de Farmacología, Facultad de Farmacia y Bioquímica (UBA) e investigador asistente del CONICET en el Instituto de Biología Celular y Neurociencia “Prof. De Robertis” (IBCN, UBA-CONICET).

 

 

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