18 al 24 de noviembre – semana de concienciación sobre la resistencia a los antimicrobianos.
¿Te imaginas un mundo donde algo tan simple como pincharse con una espina ponga en riesgo tu vida? ¿Una realidad donde hasta las cirugías más sencillas puedan significar una amenaza? No es un chiste de mal gusto. Es el futuro que nos espera si no ponemos un freno a la cada vez más temida resistencia bacteriana.
La resistencia a los antibióticos es un fenómeno creciente que preocupa a autoridades sanitarias y científicos de todo el mundo. Estos fármacos esenciales para tratar infecciones bacterianas pierden cada vez más terreno contra estos microorganismos que han ido evolucionando y adaptándose para resistir su acción. Este proceso lleva a que enfermedades fácilmente tratables hace unas décadas, hoy sean realmente peligrosas e incluso mortales.
La resistencia a los antibióticos no es un problema del futuro, ya es parte de nuestro presente.
El problema de la resistencia bacteriana tiene un impacto enorme en la salud pública: no solo dificulta el tratamiento de las infecciones, sino que también prolonga las internaciones y reduce las posibilidades de que los pacientes sobrevivan. Estudios científicos avalados por la Organización Mundial de la Salud alertan de que si no se actúa con urgencia, hacia 2050 las muertes en todo el mundo podrían alcanzar los 10 millones anuales, superando el número de defunciones por cáncer. Esto se debe, en parte, a que enfermedades comunes —como una angina o una infección urinaria— e incluso procedimientos que hoy consideramos rutinarios y de bajo riesgo —como una cirugía programada o la extracción de una muela— podrían volverse muy peligrosos, ya que no existirían tratamientos antibacterianos para combatir o prevenir las infecciones.
Los fármacos esenciales para tratar infecciones bacterianas pierden cada vez más terreno contra los microorganismos que han ido evolucionando y adaptándose para resistir su acción.
“Lo que hoy enfrentamos no es un fenómeno aislado, sino el resultado de décadas de uso intensivo de antibióticos y de una evolución bacteriana que no da tregua”, comenta Pablo Power, investigador independiente del CONICET y miembro del Laboratorio de Resistencia Bacteriana de la Facultad de Farmacia y Bioquímica (UBA). Cuando es consultado sobre la falta de desarrollo de nuevos compuestos antibióticos en las últimas décadas, el también profesor adjunto de la cátedra de Microbiología de esa Facultad afirma: “Desde el uso masivo de la penicilina en la década de 1940, estos compuestos transformaron la medicina moderna. Sin embargo, la rápida aparición de mecanismos de resistencia —en muchos casos a solo uno o dos años de la introducción de cada nueva molécula— generó un escenario en el que muchas compañías farmacéuticas dejaron de considerar el estudio de nuevos antimicrobianos como una alternativa viable y rentable”.
Si no se actúa con urgencia, hacia 2050 las muertes en todo el mundo podrían alcanzar los 10 millones anuales, superando el número de defunciones por cáncer.
Aunque no parezca a simple vista, la evolución, tal como la entendemos, es fundamental para que se desarrolle este fenómeno. El uso de antibióticos ejerce una presión selectiva sobre las poblaciones microbianas: elimina las bacterias sensibles y permite que sobrevivan aquellas que, por diferentes mecanismos, presentan alguna forma de tolerarlos. Estas bacterias resistentes se multiplican y, con el tiempo, se vuelven predominantes en el nicho que habitan. Desde allí, algunas son capaces de transmitir sus genes de resistencia a otras bacterias por diversas rutas. Así, cuanto más se usan los antibacterianos —en medicina humana, en veterinaria o en agricultura— mayor es la presión selectiva que favorece la aparición y diseminación de microorganismos resistentes a uno o varios antibióticos a la vez.
Ahora bien, ¿hay algún hábito que podamos incorporar en nuestra vida diaria para tomar cartas en el asunto? Afortunadamente, sí.
Uno de los puntos más importantes para mitigar los efectos de la resistencia bacteriana es que las personas solo usen antibióticos cuando realmente sea necesario; esto implica que siempre deben ser indicados por médicos, ya que cuentan con el criterio clínico para prescribirlos. La automedicación, el uso excesivo e incorrecto de estos fármacos favorecen que las bacterias se adapten y encuentren formas de sobrevivir. En este sentido es importante remarcar que los antibióticos siguen siendo aliados clave en el tratamiento de infecciones; el problema surge cuando se los emplea de forma incorrecta o indiscriminada.
También es importante remarcar que el uso de antibióticos en animales de granja y en la agricultura puede contribuir a este fenómeno. De hecho, se estima que a nivel mundial entre el 65 % y el 72 % de los antibióticos producidos se utilizan en la ganadería, superando ampliamente el uso en medicina humana. Además, los residuos con antibióticos, como los desechos hospitalarios o rurales, pueden contaminar ríos y suelos, lo que daña los ecosistemas y favorece la expansión de la resistencia.“Se ha descripto la diseminación de genes de resistencia de formas realmente impensadas; por ejemplo, hay trabajos que confirman el arrastre de estos marcadores hasta en aves migratorias”, confirma José Di Conza, profesor adjunto de la cátedra de Microbiología de la FFyB (UBA). “Estamos hablando de una problemática mucho más profunda de lo que imaginamos. Ya se ha recolectado evidencia que permite sospechar que el uso de pesticidas o herbicidas en tareas agrícolas acelera la selección y la diseminación de mecanismos de resistencia en diversos microorganismos”, agrega el investigador independiente del CONICET que desarrolla sus tareas en el Laboratorio de Resistencia Bacteriana.
Todo esto demuestra que se trata de una problemática compleja, cuya magnitud exige tanto un compromiso individual como una respuesta coordinada entre el ámbito científico-médico, los sectores productivos, los organismos gubernamentales y otros actores clave para contener su avance a tiempo.
La magnitud del problema exige tanto un compromiso individual como una respuesta coordinada entre el ámbito científico-médico, los sectores productivos, los organismos gubernamentales y otros actores clave.
A partir de todo esto, la idea de ‘Una Salud’ (One Health)1 cobra relevancia. Este concepto plantea que la salud humana, la salud animal y la ambiental están profundamente conectadas. La lucha contra la resistencia a los antibióticos exige una respuesta coordinada en todos estos frentes para proteger la salud global y el equilibrio de los ecosistemas.
“Es crucial asumir la visión interdisciplinaria que propone el enfoque de Una Salud para cubrir todas las aristas de la problemática”.
Existen múltiples grupos de investigación alrededor del mundo dedicados a estudiar la problemática en cuestión en los lugares más recónditos del planeta, a fin de evaluar qué impacto tiene la situación en estas regiones alejadas de la civilización como también para explorar posibles orígenes evolutivos de estos mecanismos de resistencia. Tal es el caso de Florencia Brunetti, doctora de la UBA y becaria posdoctoral del Laboratorio de Resistencia Bacteriana, quien tuvo la posibilidad de visitar la Antártida en el contexto del estudio de mecanismos de resistencia naturalmente presentes en cepas ambientales. Consultada sobre el concepto de Una Salud, comenta: “Creo que es lo más intuitivo asumir que las ciudades y regiones más pobladas son las más afectadas por los residuos industriales, el uso clínico y las actividades agropecuarias. Sin embargo, cuanto más se profundiza el estudio en áreas bien remotas, como la Antártida, más claro resulta que el problema es difícil de contener en una región particular. Es crucial asumir la visión interdisciplinaria que propone el enfoque de Una Salud para cubrir todas las aristas de la problemática”.
La evidencia, incluso en los lugares más inhóspitos, sigue arrojando señales claras: el problema nos involucra a todos. La resistencia a los antibióticos no es un problema del futuro, ya es parte de nuestro presente. Comprender su origen y su capacidad de evolucionar en el tiempo —en humanos, animales y el ambiente— es clave para el diseño de estrategias efectivas. Solo con un enfoque global, coordinado y sustentado en evidencia científica podremos conservar estas herramientas vitales y proteger la salud de las generaciones futuras.

Pedro Penzotti es farmacéutico y bioquímico por la Universidad de Buenos Aires (UBA), ayudante de primera en la Cátedra de Microbiología, becario doctoral del CONICET, estudiante de doctorado en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA.
Lecturas recomendadas
- Plan de acción mundial sobre la resistencia a los antimicrobianos – OMS
https://www.who.int/es/publications/i/item/9789241509763 - Organización Mundial de la Salud. (2020, 31 de julio). Resistencia a los antibióticos. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/antibiotic-resistance
- Ministerio de Salud (2025). Estrategia Argentina para el control de la resistencia antimicrobiana. Recuperado de https://www.argentina.gob.ar/salud/conacra/resistencia-antimicrobiana
- Organización Panamericana de la Salud (OPS). Resistencia a los antimicrobianos. Disponible en: https://www.paho.org/es/temas/resistencia-antimicrobianos.
- Una Salud (One Health) es un enfoque integrado y unificador que tiene como objetivo equilibrar y optimizar de manera sostenible la salud de las personas, los animales y los ecosistemas.https://www.who.int/health-topics/one-health#tab=tab_1 ↩︎


