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Cada 15 de junio se celebra en Argentina el Día del Bioquímico, en conmemoración del nacimiento del Dr. Juan Antonio Sánchez, impulsor de la carrera de Bioquímica en la Universidad de Buenos Aires. Su legado sigue presente en la evolución constante del laboratorio clínico y en el compromiso de profesionales que sostienen la calidad, la precisión y el espíritu científico de una disciplina clave para el sistema de salud. La influencia del Dr. Sánchez trascendió las fronteras del país: su impulso fundacional motivó la creación de carreras análogas en diversas universidades de América Latina, contribuyendo al desarrollo regional de las ciencias bioquímicas y a la consolidación de una profesión con impacto internacional.

Durante la década de 1970, gran parte del trabajo en los laboratorios clínicos se realizaba de forma manual. Los tubos para extracciones de sangre se preparaban con distintos anticoagulantes, según las necesidades, y se rotulaban manualmente con marcadores que no siempre garantizaban la legibilidad. En la actualidad, estos tubos se adquieren ya preparados, con etiquetas adhesivas con códigos de barras que aseguran una correcta identificación del paciente y una trazabilidad continua desde la recepción de la muestra hasta la entrega del resultado. Todo el circuito queda registrado en el sistema informático de laboratorio (SIL), que reemplazó a las planillas manuscritas y cuadernos utilizados anteriormente en cada sector del Departamento de Bioquímica Clínica.

En ese entonces, el material de laboratorio era reutilizable: tubos, placas de petri, portaobjetos, pipetas y jeringas de vidrio se lavaban y secaban en estufas especiales. Hoy en día se utiliza material descartable. Las pipetas de vidrio se usaban inicialmente con pipeteo por la boca; luego se incorporaron peritas de goma o propipetas y, más adelante, pipetas automáticas de manejo manual y mayor precisión. El uso de guantes, barbijos o gafas protectoras no era habitual. Las normas de bioseguridad comenzaron a aplicarse progresivamente durante la década de 1980 y hoy constituyen una práctica obligatoria.

Los laboratorios clínicos procesaban, y continúan procesando, diversos tipos de muestras biológicas: sangre, orina, materia fecal, líquido cefalorraquídeo, materiales respiratorios, intraoperatorios y líquidos de derrame, entre otros. Todas las muestras se incorporan al sistema de identificación mediante códigos de barras y al SIL. Anteriormente, cada sección del laboratorio recibía el tubo primario, separaba el suero o plasma y fraccionaba el volumen necesario para los análisis. Actualmente, este proceso se encuentra centralizado en el área de Gestión de Muestras, lo que mejora la eficiencia, reduce errores preanalíticos y permite preservar alícuotas para posibles estudios posteriores.

En aquellos años existía una sección de reactivos que se encargaba de preparar los insumos necesarios para cada sector, como reactivos para determinaciones, diversas soluciones, tampón y curvas patrones. Hoy, la mayoría de los reactivos para uso clínico o diagnóstico se adquiere ya preparados.

Muchos análisis requerían grandes volúmenes de muestra y reactivo. Las lecturas se realizaban con fotocolorímetros, que exigían al menos 5 mL por determinación y pocos filtros que se insertaban manualmente. Luego se introdujeron espectrofotómetros que requerían entre 2 y 3 mL, y más adelante, cubetas de cuarzo que permitieron trabajar con volúmenes aún menores. Los cálculos de concentraciones se hacían manualmente.

Fotocolorímetro Crudo Caamaño. Instrumento para lectura de análisis manuales. Gentileza Museo de Farmacia Dra. Rosa D’Alessio de Carnevale Bonino
Metrolab 330 (década 1980). Instrumentos para lectura de análisis manuales

La llegada de los primeros autoanalizadores a fines de los años setenta marcó un cambio significativo. Inicialmente, estos equipos se ubicaban con sus partes extendidas en la mesada y permitían observar sus componentes y el recorrido de las muestras. Hoy, los equipos robotizados realizan en simultáneo numerosas determinaciones y procesan un mayor número de muestras con menor intervención manual, lo que permite que un solo profesional supervise procesos complejos y participe en la validación de resultados, reforzando su rol en la interpretación clínica postanalítica.

El control de calidad interno ya se practicaba en los años setenta. Posteriormente, se sumaron instituciones que ofrecieron programas externos para distintos parámetros analíticos. Desde inicios del siglo XXI, la Gestión de la Calidad se consolidó como una dimensión esencial del laboratorio clínico. Esta especialidad, que refleja la complejidad del trabajo en el laboratorio clínico, su normatización y sistematización, se transformó en un nuevo campo profesional para bioquímicos.

Los estudios bacteriológicos, por su naturaleza, requieren un tiempo prolongado para el diagnóstico. El crecimiento de los microorganismos presentes en una muestra clínica entre 24 y 48 horas para ser visualizados en los medios de cultivos adecuados. Recién entonces se inician las pruebas bioquímicas para identificarlos y el antibiograma, lo que suma otras 24 horas. Si bien gran parte del procedimiento sigue siendo manual, la automatización permitió agilizar procesos mediante tarjetas específicas que integran pruebas bioquímicas y antibióticos predeterminados. Estos dispositivos son especialmente útiles en centros con alto volumen de trabajo.

La incorporación de la espectrometría de masas (MALDI-TOF) ha permitido identificar bacterias y hongos en minutos, lo que representa un avance considerable para la microbiología clínica. También se sumaron métodos moleculares que detectan la presencia de microorganismos y genes de resistencia en el mismo día de ingreso de la muestra y en algunos casos a las pocas horas de recibida la muestra. Estas herramientas permiten un diagnóstico oportuno y una rápida toma de decisiones, con impacto positivo en la atención de los pacientes y en la gestión sanitaria.

En el ámbito de la hematología, los autoanalizadores reemplazaron procedimientos manuales como el recuento de leucocitos con cámara de Neubauer o la medición de la eritrosedimentación con pipetas de vidrio. Actualmente, estas determinaciones se realizan de forma automatizada y en un solo tubo. Sin embargo, los extendidos para la fórmula leucocitaria o la observación de la morfología de los glóbulos rojos, continúan vigentes, ya que es imprescindible el análisis microscópico del frotis sanguíneo cuando el equipo detecta algún parámetro alterado y en aquellos pacientes en seguimiento.

El Departamento de Bioquímica Clínica mantiene una relación fluida con el cuerpo médico, integrando activamente al bioquímico en el equipo de salud. Cada laboratorio especializado interactúa con los servicios clínicos según su área de competencia. Es habitual el intercambio de opiniones entre bioquímicos y médicos para abordar diagnósticos complejos.

El Departamento ha respondido con eficacia ante distintas situaciones de emergencia sanitaria, como la Gripe A H1N1, el COVID-19 y el dengue, entre otras. A pesar de los avances tecnológicos que mejoraron la precisión y los tiempos de respuesta, los estudiantes continúan formándose también en técnicas manuales, fundamentales para comprender la práctica bioquímica en todo el territorio de nuestro país.

Laura Schreier Vicedecana de la Facultad de Farmacia y Bioquímica.

Angela Famiglietti, Directora de la Carrera de Especialización de Bacteriología clínica de la Facultad de Farmacia y Bioquímica.

Carlos Vay, Directora de la Carrera de Especialización de Bacteriología clínica la Facultad de Farmacia y Bioquímica.