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Existe preocupación por la aplicación de agroquímicos en la producción agrícola de especies transgénicas y el riesgo de provocar alteraciones en la salud de la población. Aunque mucho se comenta al respecto, son escasos y parciales los estudios realizados en la Argentina. Con el objeto de estimar cuál es la situación real, investigadores de la Cátedra de Toxicología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, en colaboración con expertos de la Facultad de Agronomía, realizaron en la provincia de Buenos Aires una evaluación de la exposición humana a los principales fitosanitarios que se aplican a estos cultivos extensivos. Observaron que el grado de exposición a estas sustancias utilizadas en las prácticas agrícolas fue bajo, y no se diferenciaba notablemente de la población general del conurbano de Buenos Aires, con leves diferencias en el grado de exposición entre las zonas de Bragado-Chivilcoy y de Pergamino, áreas donde realizaron las investigaciones. Así también, notaron que resultaba levemente superior en las poblaciones rurales respecto de las urbanas y de los trabajadores que las aplican.

El glifosato, un herbicida masivamente utilizado en todo el mundo, y la Argentina no es la excepción, ha sido y es motivo de preocupación permanente por sus potenciales efectos en la salud y el medio ambiente.

El glyphosate [N-(phosphonomethyl) glycine] había sido desarrollado en 1950 por un químico suizo, el doctor Henri Martin. Al no haberse identificado aplicaciones farmacéuticas de interés, la empresa en la que trabajaba Martin lo vendió a varias otras compañías que comenzaron a probarlo en distintas condiciones de uso. Fue, finalmente, un químico de la empresa Monsanto, el doctor John Franz, quien en 1970 identificó la fuerte actividad herbicida que exhibía el glifosato y logró formular el producto llamado Roundup, que comenzó a ser comercializado en 1974.

El uso de este herbicida se incrementó exponencialmente en el mundo a partir de mediados de la década de 1990, cuando su productor comenzó a vender también semillas de oleaginosas y cereales genéticamente modificadas, que resisten su acción. La patente que poseía Monsanto pasó a dominio público en 2000 y, en la actualidad, lo producen varias firmas con diferentes nombres.

En un artículo publicado en 2016 por el investigador estadounidense Chuck Benbrook en la revista Environmental Sciences Europe 1 se advierte que el uso de glifosato a nivel mundial se multiplicó casi por 15 entre 1994 y 2014, estableciéndose en alrededor de 826.000 toneladas. En la Argentina, para 2016 se utilizaban anualmente unas 240.000 toneladas de glifosato en la agricultura.

Este herbicida, considerado “de amplio espectro”, fue clasificado como “cancerígeno probable” en marzo de 2015 por la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC por sus siglas en inglés), una agencia dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Pero, por otra parte, en noviembre de 2015, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) consideró “improbable” que presente un peligro cancerígeno para el humano. Así también, la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA) se pronunció en el mismo sentido en 2017.

No obstante, es de destacar que cada vez más organizaciones militan por su prohibición. Así, por ejemplo, en la Unión Europea, Bélgica, Grecia, Francia, Croacia, Italia, Chipre, Luxemburgo, Malta y Austria se opusieron a su renovación por 5 años más, pero la comunidad Europea prorrogó por otros 5 años más la licencia del uso del glifosato.

A lo controvertido que esencialmente es el tema en el ámbito científico, se suma que no siempre recibe un tratamiento apropiado y riguroso en los medios generales de comunicación.

Así, por caso, en 2009 en la Facultad de Medicina de la UBA se había realizado un trabajo para evaluar los efectos del glifosato en grupos de embriones de Xenopus laevis, unos renacuajos, que fueron incubados en una solución con Roundup®, mientras que a otros se les inyectó glifosato directamente. Las ranas que se desarrollaron en un medio con altísimas concentraciones del herbicida (entre 9 y 15 veces la dosis letal 50, DL50) mostraron defectos en el desarrollo embrionario comparado con un grupo control. Iguales resultados se obtuvieron en el grupo inyectado, pero que no tuvo un grupo control.

Se trataba de resultados preliminares, que todavía no habían sido publicados en revistas con referato reconocidas internacionalmente (recién serían publicados en 2010). Tales resultados fueron rápidamente, sin ninguna otra instancia de comprobación, extrapolados de modo directo al ser humano. “Aunque pueda parecer increíble, así sucedió”, señala la doctora Edda Villaamil Lepori, profesora titular consulta de la cátedra de Toxicología y Química Legal de la Facultad de Farmacia y Bioquímica. La experta resalta que esos resultados habían sido obtenidos, incluso, con una metodología que tiene escasa aceptación en gran parte de la comunidad científica internacional.

Pero, más allá de eso, a consecuencia de la amplia difusión que obtuvieron estos resultados en los medios masivos de comunicación, se generó una situación de alarma en la población y la consecuente preocupación en las instituciones públicas y académico-científicas (Ministerio de Agricultura, CONICET, Universidad de Buenos Aires y otros). Es así que el CONICET convocó a un grupo de investigadores a fin de realizar un informe basado en la revisión bibliográfica sobre la exposición humana y ambiental al glifosato que fue publicados en un informe oficial del Ministerio de Salud de la Nación (Ver referencia 2). Como resultado de ese informe se decidió realizar un estudio, en conjunto por las facultades de Farmacia y Bioquímica y de Agronomía, sobre el impacto del glifosato en la salud humana y en el ambiente en la Argentina. Sus resultados serán recogidos en un libro de próxima publicación.

“Con el objeto de estimar esta situación se seleccionaron dos regiones de cultivo extensivo de especies transgénicas en la Provincia de Buenos Aires. Una zona fue Bragado-Chivilcoy y alrededores (Brag-Chiv), donde se aplica mayormente la siembra directa, y otra fue Pergamino y zonas aledañas (Perg), donde se emplea también siembra directa, pero con un aparente menor cuidado en la aplicación de fitosanitarios”, explica Villaamil.

En esa ocasión fueron evaluados el a, b y sulfato de endosulfán (S-Endosulfán), el metil y etil clorpirifós (S-Clorpirifós), la a- cipermetrina y el glifosato como los agroquímicos de mayor aplicación en estos cultivos.

Entre los hallazgos más relevantes pueden citarse:

Los fitosanitarios en plasma de los compuestos investigados se hallaron en concentraciones medias muy bajas (por debajo de 1 ng/ml) en todos los casos. El S-Endosulfán presentó concentraciones significativamente más elevadas en Bragado- Chivilcoy, indicando mayor exposición que en Pergamino para este insecticida.

Los expertos detallan que “no cabe duda que hubo baja exposición a insecticidas, por lo cual es posible considerando a estos como indicadores secundarios y dada su aplicación conjunta con el glifosato, estimar que sería baja la exposición a glifosato en la población evaluada”.

Así también, de los datos surge que los niveles de agroquímicos en aguas de consumo humano presentan pocos plaguicidas y en concentraciones por debajo de los límites máximos, excepto en el caso del endosulfán (ni el CAA ni la OMS admiten endosulfán). Los niveles estuvieron entre 0,001 y 0,1µg/L. Estos bajos niveles de plaguicidas hallados en agua indican baja contaminación.”

Consecuentemente, puede señalarse que “las concentraciones halladas de contaminantes antropogénicos en agua de consumo humano no representan riesgo para la salud humana”.

Los resultados de este estudio –concluyeron los expertos de la Universidad de Buenos Aires– indican que en la región evaluada se presume que no se aplicaron cantidades excesivas de fitosanitarios, debido a que se relevaron muy bajos niveles de exposición en la población humana y muy bajas concentraciones en aguas de consumo humano. Todo ello hace pensar que esta región está muy cerca de cumplir con las buenas prácticas agrícolas, o bien que estas se cumplen mayoritariamente”.

Por su parte, Villaamil destaca que “al ser estas regiones las principales zonas ´sojeras´ en la Argentina, y de tratarse mayoritariamente de grandes explotaciones que cuentan en su plantel con profesionales especializados en la temática, las prácticas pueden estar mucho más controladas”. También –aporta la toxicóloga — debe tenerse en cuenta que en este tipo de explotaciones agrícolas el interés por mantener los menores costos posibles –y los agroquímicos inciden fuertemente en ellos, por cierto– suele derivar en un uso bastante apegado a las recomendaciones de los fabricantes e impiden una utilización desmedida”. A lo que agrega: “Quizá no ocurra esto mismo en caso de pequeños productores, aspecto al que debiera destinársele atención en estudios de toxicidad”.

Para ampliar la información, descargar el archivo “Glifosato. Información complementaria” [+]

Referencias
Benbrook, Charles M. Trends in glyphosate herbicide use in the United States and globally. Environmental Sciences Europe, 2016 28:3
https://doi.org/10.1186/s12302-016-0070-0
https://enveurope.springeropen.com/articles/10.1186/s12302-016-0070-0

Donadío de Gandolfi María C.; García Susana I.; Ghersa Claudio Marco; Haas Adriana I.; Larripa Irene; Marra Carlos Alberto; Ricca Alejandra; Ronco Alicia E.; Villaamil Lepori Edda C. Evaluación de la información científica vinculada al glifosato en su incidencia sobre la salud humana y el ambiente. (2009) Informe. Comisión Nacional de Investigación sobre Agroquímicos Decreto 21/2009. Consejo Científico Interdisciplinario creado en el ámbito del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Junio 2009. http://www.msal.gov.ar/agroquimicos/pdf/INFORME-GLIFOSATO-2009-CONICET.pdf

Autores del estudio
Dra. Edda C. Villaamil Lepori1, profesora titular consulta.
Patricia  N. Quiroga1, profesora adjunta.
Adriana S. Ridolfi1, profesora titular.
Gloria B. Álvarez1, jefa de trabajos prácticos.
Ma. Eugenia Rodríguez Girault1, ayudante.
Adriana E. Piñeiro1, profesora adjunta.
Valentina Olmos1, jefa de trabajos prácticos.
María Hebe Irigoyen1, profesora adjunta.
Juan Manuel Ostera1, becario Agencia.
Julián Bonetto1, becario Agencia.
Eduardo Pagano2, profesor titular – Director del proyecto.

1 Cátedra de Toxicología y Química Legal.  Facultad de Farmacia y Bioquímica. Universidad de Buenos Aires.  

2 Cátedra de Bioquímica y Biotecnología. Facultad de Agronomía. Universidad de Buenos Aires.

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