Durante las medidas de confinamiento y restricción de la movilidad para frenar el avance del COVID-19, la calidad del aire en los principales centros urbanos alrededor del mundo mejoró significativamente. El Área Metropolitana de Buenos Aires no fue la excepción. Pero, ¿cuáles fueron las consecuencias (si es que hubo alguna) sobre el ambiente y la salud de las personas? ¿Qué podemos aprender de esto?
CUARENTENA Y CALIDAD DEL AIRE
Allá por los inicios del 2020, al tiempo que distintos países alrededor del mundo implementaron medidas de restricción de la movilidad y confinamiento para frenar el rápido avance en el número de contagios del COVID-19, se registraron importantes reducciones en los niveles de contaminantes del aire, especialmente en los grandes centros urbanos.
Las primeras observaciones se obtuvieron a partir de mediciones satelitales de los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2), un gas altamente irritante que se genera, principalmente, con la quema de combustibles fósiles por el transporte vehicular y algunas actividades industriales, y que se encuentra asociado a la ocurrencia de distintas enfermedades respiratorias cuando es inhalado.
El efecto de la cuarentena sobre la disminución de los niveles de NO2 en el aire se registró, inicialmente, durante los primeros días de febrero del 2020 en el este de China:
Luego, entre marzo y abril de 2020, se observó una situación similar en las principales ciudades de Europa, especialmente en el norte de Italia:
Durante el mes de marzo del 2020, también se observaron disminuciones significativas en los niveles de NO2 a lo largo de las costas este y oeste de los Estados Unidos:
En las principales ciudades de nuestro país también se observó un efecto similar durante las primeras semanas de la cuarentena. Para el caso del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), a partir de datos satelitales del sensor TROPOMI a bordo del satélite Sentinel-5P de la Agencia Espacial Europea (ESA), un grupo de investigación del Instituto de Altos Estudios “Mario Gulich” (CONAE-UNC) determinó una reducción cercana al 50% de los niveles de NO2 y de aerosoles en la columna atmosférica.
Junto a estas observaciones, se analizaron los datos provenientes de las tres estaciones de monitoreo de calidad de aire de la Agencia de Protección Ambiental (APrA) de la Secretaría de Ambiente del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las concentraciones de NO2 registradas por estas estaciones tuvieron una caída entre el 20 y 39% en comparación con el mismo período del año anterior. Mientras que, al comparar la caída dentro del mismo año antes de la entrada en vigencia del ASPO, se observó una disminución entre el 14 y 28 % para los niveles de NO2.
La reducción de los niveles de NO2 en el aire durante los períodos de cuarentena se dieron, principalmente, por un menor uso de combustibles fósiles para el transporte, la obtención de energía eléctrica y distintas actividades industriales. Sin embargo, al tiempo que se levantaron las medidas de confinamiento, la calidad del aire volvió a los valores previos a la implementación de la cuarentena.
Lo bueno es que, sumado a la efectividad de las medidas de aislamiento para frenar el avance de la pandemia, las mejoras en la calidad del aire representaron un beneficio adicional sobre la salud. Se estima que, solo durante el mes de marzo, en China se previnieron unas 8.900 muertes por enfermedades no relacionadas al COVID-19 pero que sí están asociadas a la contaminación del aire, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), el accidente cerebrovascular (ACV) y el infarto agudo de miocardio. En Europa, la disminución de los niveles de NO2 previno alrededor de 8.000 muertes durante el mismo período, y la aparición de unos 6.000 nuevos casos de asma en menores de edad.
Según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación del aire se encuentra asociada a la muerte prematura de unas 7 millones de personas por año alrededor del mundo, de las cuales unas 500.000 corresponden a menores de 5 años de edad. Estos hallazgos no hacen más que, una vez más, confirmar el gran beneficio sobre la salud que representa la mejora de la calidad del aire que respiramos, y resaltan la importancia de hacer todo lo posible para reducir el consumo de combustibles fósiles e impulsar una transición energética hacia la utilización de fuentes renovables. Sin llegar a una situación extrema como una cuarentena, la implementación de políticas públicas orientadas a regular comportamientos amigables con el medio ambiente, junto con una mayor conciencia ambiental individual y colectiva, marcan el camino para hacerle frente a esta problemática central de salud pública.
PARTÍCULAS EN EL AIRE Y MORTALIDAD DEL COVID-19
Sumado a los cambios observados en la concentración de NO2 durante la cuarentena, los niveles de partículas finas (PM2.5) en el aire también mostraron algunas disminuciones, aunque en menor magnitud. Sin embargo, su impacto sobre la salud de las personas podría ser mayor, especialmente por exposiciones a largo plazo. La presencia de estas partículas está asociada al uso de combustibles fósiles para el transporte y la industria, y son lo suficientemente pequeñas como para ser inhaladas y producir daño en los pulmones, los vasos sanguíneos, el corazón y el cerebro.
Cada vez más estudios muestran que la contaminación del aire, especialmente por la presencia de estas partículas finas, podría representar un factor de riesgo adicional a las complicaciones respiratorias que representa el COVID-19. De hecho, se ha sugerido que niveles aumentados de estas partículas podrían explicar, al menos en parte, el impacto especialmente elevado de la mortalidad del COVID-19 en zonas de mala calidad de aire, como las ciudades más importantes de China, el norte de Italia, y las costas este y oeste de los Estados Unidos.
Globalmente, se calcula que al menos un 15% de las muertes por COVID-19 se asocian a personas que han estado inhalando crónicamente aire cargado de estas partículas finas, especialmente en grandes centros urbanos.
EMISIONES DE GASES DE EFECTO INVERNADERO Y CALENTAMIENTO GLOBAL
Aunque la reducción de la movilidad y la actividad comercial durante la cuarentena también disminuyó transitoriamente las emisiones de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono (CO2), el impacto sobre el rápido avance del calentamiento global es nulo.
“TENEMOS PROBLEMAS MÁS IMPORTANTES DE LOS QUE OCUPARNOS”
Bastante más frecuente de lo que deberíamos tolerar, los sectores que minimizan el hecho de que la calidad del aire que respiramos es un grave problema de salud pública utilizan distintos argumentos y estrategias para justificar su inacción.
Una de estas estrategias es descreer del calentamiento global (o del origen antropogénico del mismo) y del impacto sobre la salud que implica la contaminación del aire. Sin embargo, tal es el grado de consenso científico al respecto, que no se trata de “creer” o no. Se trata de tomar una decisión: considerar la gran cantidad de evidencia disponible, o elegir ignorarla.
Una postura curiosa fue la adoptada por reconocidos consultores del sector agropecuario, quienes argumentaron que como la reducción del transporte y la actividad industrial durante la cuarentena redujo los niveles de contaminantes del aire al tiempo que la actividad ganadera funcionó normalmente, esta última no contribuye significativamente al calentamiento global. Esto es falso. Absolutamente todos los sectores productivos contaminan, en mayor o menor medida, aunque no todos generan los mismos contaminantes. En el caso del sector agropecuario, los gases de efecto invernadero que genera son el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O), mucho más dañinos que el CO2, y bastante distintos al dióxido de nitrógeno (NO2) registrado en las imágenes satelitales. Es un hecho que la ganadería contribuye globalmente a un 10% de la emisiones de gases de efecto invernadero y, en nuestro país, dicha contribución es mayor al 20%.
La tercera estrategia, y quizás la más frecuente, es plantear una falsa dicotomía entre la salida de la crisis económica y la inversión que requiere reducir las emisiones de contaminantes ambientales. En cambio, podría buscarse un equilibrio y promover el desarrollo económico de una forma que conlleve el menor impacto ambiental posible. Pero, esto implica bastante más trabajo y una planificación a largo plazo, que muchas veces no es compatible con los tiempos de los que ocupan transitoriamente el lugar político en dónde se toman este tipo de decisiones. Además, es un hecho que las crisis en general, y las actuales en particular, profundizan las desigualdades: mientras que el 10% más rico de la población mundial es responsable del 46% de las emisiones globales de CO2, el 50% más pobre genera solo el 6% de estas emisiones.
En reiteradas ocasiones se ha visto que los sectores de menores recursos suelen ser los primeros y los mayores afectados por las consecuencias del cambio climático. Por la falta de recursos económicos para afrontar las crisis, son los primeros en verse forzados a migrar ante una mayor frecuencia e intensidad de tormentas, inundaciones, o sequías prolongadas. Distintos trabajos muestran que el bajo nivel socioeconómico es uno de los principales factores de riesgo que se asocian al impacto negativo de la exposición a contaminantes del aire sobre la salud (como son algunas enfermedades cardiovasculares y metabólicas preexistentes). Esto no solo se debe al limitado acceso a viviendas en áreas sin contaminación del aire externo, sino también a las precarias condiciones de vida dentro del hogar. Por estas razones, invertir en acciones para mejorar la calidad del aire que respiramos y mitigar los efectos del cambio climático es, en realidad, destinar recursos a intentar equilibrar las desigualdades de las personas.
Prof. Dr. Timoteo Marchini
Bioquímico (FFyB, UBA)
Profesor Adjunto, Cátedra de Química General e Inorgánica (FFyB, UBA)
Investigador Asistente del CONICET, Instituto de Bioquímica y Medicina Molecular (IBIMOL UBA-CONICET)
Escritor en El Gato y La Caja
Dra. Soledad Represa
Lic. en Química y Tecnología Ambiental (FCE, UNLP)
Auxiliar docente, Química y Contaminación Atmosférica (FCAG, UNLP)
Investigadora Postdoctoral del CONICET, Instituto de Altos Estudios Espaciales “Mario Gulich” (UNC-CONAE)
El presente material de comunicación pública de la ciencia se generó en el contexto del Convenio Marco de Cooperación Académica RESCS-2020-450-E-UBA-REC, suscripto entre la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires y la Agencia de Protección Ambiental (APrA) de la Secretaría de Ambiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Agradecemos al Presidente de la Agencia de Protección Ambiental: Lic. Renzo Morosi, al Director General de Control Ambiental: Lic. Fernando Schottenfeld, y al Gerente Operativo de Determinaciones Ambientales y Laboratorio: Bioq. Juan Manuel Mercadé; y a la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).