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Andrea Evangelina Rodríguez Perozo fue la primera médica de República Dominicana. El 10 de noviembre se conmemoró su natalicio 145. Pediatra, obstetra, ginecóloga, poetisa, luchadora social, sanitarista, maestra, feminista a quien el olvido, la ingratitud y la indiferencia parecían haberla sepultado en los tiempos. Pero hoy tanto las asociaciones médicas, como las de derechos sociales y humanos, comienzan a rendirle justo reconocimiento.

Había nacido el 10 de noviembre de 1879 en San Rafael del Yuma, La Altagracia, con el estigma de ser hija ´natural´, pero a los pocos años su padre le dio el apellido, con lo que pasó a ser ´hija natural reconocida´. Sus padres murieron siendo ella muy niña, así que se crió con su abuela paterna, Doña Tomasina, en San Pedro de Macorís, una provincia situada al este del país.

Fue brillante alumna en la escuela primaria y en la secundaria. Su biógrafo oficial, el médico psiquiatra Antonio Zaglul, la describe como hermética, bastante excéntrica, que solo tenía como amigo a un poeta leproso llamado Rafael Deligne, a quien visitaba y curaba durante sus horas libres. La directora del Instituto de Señoritas, Anacaona Moscoso, que se había encariñado con la muchacha, solventó su traslado y estadía en la capital, Santo Domingo, donde Evangelina se recibió de maestra en 1902.

De regreso a San Pedro de Macorís fue profesora en el Instituto donde había estudiado y, además, fundó una escuela nocturna para que se educaran los obreros y habitantes pobres de la región.

Apoyada por su amigo el poeta y por su mentora Anacaona, el 19 de octubre de 1903 fue aceptada como la primera mujer estudiante de la Escuela de Medicina de la Universidad de Santo Domingo. Lamentablemente, las dos personas que le brindaron sostén murieron antes de verla recibida. Se graduó el 29 de diciembre de 1911 con la tesis “Niños con Excitación Cerebral”, calificada con sobresaliente.

Ejerció un tiempo como médica en Santo Domingo, “ciudad donde no solo están los mejores médicos de la República sino también brillantes médicos extranjeros”, relata Zaglul. Cansada de los desplantes y humillaciones se estableció en San Francisco de Macorís, en el nordeste de la isla. Tampoco allí fue bien recibida, de hecho sus detractores decían que apenas ´sabía más que una enfermera´.

Ya tenía planes firmes de especializarse en París. Para financiarse decidió publicar su primer y único libro de poemas, Granos de polen, “de relativo éxito literario y de gran fracaso económico”, según el biógrafo. Entonces, reunió el escaso dinero que había obtenido en el ejercicio de medicina, a lo que sumó el apoyo económico del viudo de su gran amiga y maestra Anacaona, Don Eladio Sánchez, y marchó a París en 1920.

Se especializó en Pediatría con uno de los grandes maestros de Francia, Pierre Andre Nobécourt. También en Ginecología y en Obtetricia en el Hospital Broca de París, un centro de gran reconocimiento internacional.

Regresó a República Dominicana en 1925 con más ideas revolucionarias que con las que había partido. Una “loca”, mote con la que aludían a la médica en su país. “¿Era realmente loca, o una mujer adelantada a la época en que vivía?”, se preguntó en cambio Zaglul.

Es que hacía cada locura… a la semana de instalarse nuevamente en San Pedro de Macorís “abre su consultorio en una barriada y sigue tan mal vestida como antes de irse a Europa. —relata Zaglul— Para la doctora que siempre ha tenido una mente abierta, su vida en el Viejo Continente le da más amplitud mental”.

Inmediatamente creó un plan alimentario: “La Gota de leche”, lo llamó, y consistía en suministrar a cada madre que visitaba su consultorio una cantidad suficiente de leche para sus bebés. También organizó un servicio de obstetricia para exámenes pre y posnatales, y dio cursos de nivelación a las comadronas.

Educó a los matrimonios sobre planificación familiar, para que tuvieran la cantidad de hijos que desearan y pudieran mantenerlos dignamente, ideas muy avanzadas para aquellos tiempos en los que se promovía traer al mundo todos los niños que “enviara Dios”. Por si esto fuera poco osado, recomendó la educación sexual en las escuelas y organizó el servicio de prevención de enfermedades venéreas.

Y VENDRÍA EL TERROR

El Generalísimo Dr. Rafael Leónidas Trujillo, autoproclamado “Benefactor de la Patria” y “Padre de la Patria Nueva”, desde 1930 rigió a su antojo y voluntad los destinos de la nación dominicana, hasta la noche del 30 de mayo de 1961, cuando en una emboscada en las afueras de Santo Domingo, fue abatido a tiros por excolaboradores.

No iban a ser tiempos apacibles para los ciudadanos dominicanos. Y menos aún para las mujeres. Ya que estamos: el 25 de noviembre de 1960, Minerva, Patria y María Teresa Mirabal fueron asesinadas por órdenes de Trujillo. Junto a las hermanas Mirabal fue asesinado un leal amigo de la familia, Rufino de la Cruz. En honor a ellas Naciones Unidas consagró el 25 de noviembre como el Día Mundial de Rechazo a la Violencia Contra la Mujer. Las hermanas Mirabal eran conocidas por el pueblo dominicano como “Las mariposas”. Ellas y sus esposos, en ese entonces encarcelados, eran parte del “14 de junio”, un movimiento clandestino de resistencia a la dictadura.

Pero, Evangelina Rodríguez ya había sido otra de las tantísimas víctimas del régimen en la década de 1940. Como narró la historiadora, periodista y literata dominicana Ángela Peña, “la dictadura de Trujillo la marginó… La borró del mapa”. Y especifica: “Fue excluida de los congresos médicos, eliminada del Directorio y la Síntesis bibliográfica. La revista Fémina, donde ella publicaba sus colaboraciones literarias, le cerró sus puertas”. Y pese a ser la primera médica dominicana con especialidades y posgrados en los más prestigiosos centros de formación europeos de la época, su nombramiento como profesora universitaria fue rechazado. En su lugar nombraron a la hermana de dos acérrimos seguidores de Trujillo.

Evangelina fue acosada, encarcelada, torturada. Ante el miedo a las represalias del régimen, sus pacientes no acudieron más a su consultorio.

Tanta represión y aislamiento la enloquecieron. Comenzó a deambular por las calles vociferando consignas contra el terror, apuntó Santiago Castro Ventura en su libro Evangelina Rodríguez: pionera médica dominicana. Castro Ventura es médico pediatra e historiador, miembro emérito de la Sociedad Dominicana de Pediatría y miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia.

“Su conciencia social (…) era crítica, nacionalista y democrática. Además del servicio médico a las familias pobres, incluyendo los exiliados republicanos españoles del Seibo, estaba la denuncia contra la dictadura. Por su acción liberadora fue acosada, perseguida, encarcelada, torturada, marginada en la indigencia y la locura”, escribió María Virtudes Núñez Fidaldo, profesora de Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Santo Domino y estudiosa de la obra de Evangelina Rodríguez.

El régimen extremó la represión: Evangelina fue confinada a la colonia Pedro Sánchez en El Seibo. En la fortaleza México, de San Pedro de Macorís, después de interrogarla para saber si instigaba la huelga, y golpearla durante varios días, los guardias la dejaron abandonada en un desierto camino vecinal cerca de Hato Mayor, han relatado sus biógrafos. Se supone que podría haber muerto abandonada allí, luego de varios días de agonía.

Como fecha de muerte figura el 11 de enero de 1947. Sobre cómo y a causa de qué, no hay precisiones.

Nos permitimos compartir en este cierre las palabras de María Virtudes Núñez Fidaldo: “La acción social de Evangelina transgredía el cruel discurso dictatorial del poder, por eso su legado intelectual fue invisibilizado. Su pensamiento humanístico fue ignorado, silenciado, lanzado al olvido, a la inexistencia del ser. Ahora, aprovechemos el tiempo propicio para leer, escuchar y reflexionar sobre lo que Evangelina tiene que decirnos”.

Amalia Beatriz Dellamea. Centro de Divulgación Científica y Equipo de gestión editorial de Farmacia y Bioquímica en foco. Facultad de Farmacia y Bioquímica, Universidad de Buenos Aires

Fuentes

Colegio Médico Dominicano. https://cmd.org.do/dra-andrea-evangelina-rodriguez/

Zaglul, Antonio. Despreciada en la vida y olvidada en la muerte. Biografía de Evangelina Rodríguez, la primera médica dominicana. 1970. http://www.cielonaranja.com/evangelinazaglul.htm

Olivo Peña, Gustavo. Especial 8 de marzo: Cuando la justa rebeldía tiene nombre y rostro de mujer. https://acento.com.do/actualidad/especial-8-de-marzo-cuando-la-justa-rebeldia-tiene-nombre-y-rostro-de-mujer-13568.html

Núñez Fidalgo, María Virtudes. “La escritura visionaria de Evangelina  Rodríguez Perozo”. En: Yolanda Romano Martín, Sara Velázquez García (Coords.). Las inéditas: voces femeninas más allá del silencio. 2018,  págs. 567-579 . ISBN 978-84-9012-887-9. https://eusal.es/eusal/catalog/download/978-84-9012-887-9/5222/5206-1?inline=1

Gewecke, Frauke. Versiones y perversiones de la historia: el caso Trujillo. Dossier.

Iberoamericana, I, 3 (2001), 109-111.

https://journals.iai.spk-berlin.de/index.php/iberoamericana/article/view/426/111

Nota

Constituye un préstamo del título de la biografía de Evangelina Rodríguez Perozo de Antonio Zaglul Elmudesí (n. 1920 – m. 1996) (op.cit. en la bibliografía). Paradójicamente, Zaglul Elmudesí fue otra de las víctimas de la tiranía de Trujillo. Era director del Hospital Psiquiátrico Padre Billini, en un período histórico en el que los locos no eran considerados como gente (bajo la dictadura de Trujillo). Fue cancelado de dicho hospital en el 1960, y se exilió en Puerto Rico, donde trabajó como médico en el Hospital Psiquiátrico de Río Piedras, hasta que pudo regresar tras el asesinato de Trujillo, como reza la biografía del médico.

Y, otra paradoja, Zaglul había sido su paciente pediátrico. Él también, como gran parte de la población, llegó a gritarle ´fea´, ´fea´, ´fea´; porque además de ´loca´, este era el denuesto que Evangelina recibía. Veámoslo en su propio relato, dice Zaglul: “En el año 1947 el profesor Heriberto Pieter me encarga en la práctica de Historia de la Medicina hacer una biografía de Evangelina Rodríguez. Tenía un vago recuerdo de ella. Era la pediatra de mi familia, y en muchas ocasiones me atendió. A cambio del aceite de ricino que me indicaba, mi respuesta, con la impiedad de un niño, era decirle fea una y mil veces. Después que comencé a descubrir, ya adulto, a la persona de Evangelina, se convirtió en mi personaje inolvidable”.