De Matrix a la neuroética: cómo la ciencia ficción anticipó dilemas que hoy nos interpelan desde la neurociencia.
La ciencia ficción como espejo del futuro
¿Qué pasaría si todo lo que creemos real fuera solo una simulación? ¿O si pudiéramos meternos en los sueños ajenos para alterar sus decisiones? Películas como Matrix (1999) o Inception (2010) no solo revolucionaron la narrativa del cine, sino que anticiparon preguntas inquietantes sobre la relación entre mente, realidad y tecnología.
Lo que entonces parecía ficción hoy empieza a rozar lo posible. Las neurociencias nos han permitido conocer el cerebro humano con un nivel de detalle impensado hace solo unas décadas. Pero con cada avance, surge también una nueva responsabilidad ¿cómo usamos ese conocimiento? ¿Qué límites éticos deberíamos respetar? Así nace la neuroética.
El conocimiento que transforma (¿o amenaza?)
Hoy podemos registrar en tiempo real la actividad cerebral, estimular zonas específicas para alterar emociones o recuerdos, e incluso predecir —con ciertos márgenes de error— patrones de pensamiento. Tecnologías como la estimulación magnética transcraneal (TMS), las interfaces cerebro-computadora o la inteligencia artificial aplicada a neuroimágenes están cambiando nuestra forma de diagnosticar, tratar y hasta entender qué significa ser humano.
Pero este conocimiento puede ser usado tanto para curar como para manipular, para incluir como para controlar. Por eso, la neuroética se convierte en una herramienta fundamental para pensar los límites y los alcances de la neurociencia en nuestras vidas.
Del asombro a la reflexión: nace la neuroética
La neurociencia nos abrió una ventana al funcionamiento del cerebro como nunca antes en la historia. Pero esa misma ventana nos enfrenta a dilemas complejos: ¿Qué pasa si podemos leer o modificar pensamientos? ¿Es ético usar fármacos para mejorar el rendimiento cognitivo en personas sanas? ¿Quién es responsable si una estimulación cerebral cambia el comportamiento de alguien?
Frente a estos interrogantes, hacia finales de la década de 1990 surgió una nueva disciplina: la neuroética. El término comenzó a ganar protagonismo especialmente a partir de 2002, cuando se realizó la conferencia fundacional en San Francisco organizada por el neurólogo William Safire, bajo el título “Neuroethics: Mappingthe Field”. Desde entonces, la neuroética se ha consolidado como un campo interdisciplinario que reúne aportes de la neurociencia, la filosofía, la medicina, el derecho, la psicología y otras ciencias sociales.
Una de las definiciones más aceptadas la describe como “el estudio de las implicancias éticas, legales y sociales de los avances en neurociencias”. En otras palabras, la neuroética reflexiona respecto de cómo usamos el conocimiento sobre el cerebro y qué consecuencias tiene esto para la vida humana y la sociedad.
La neuroética suele dividirse en dos grandes ramas:
– La neuroética de las neurociencias: se enfoca en los desafíos éticos que surgen del uso de tecnologías y conocimientos neurocientíficos.
– La neurociencia de la ética: busca comprender cómo el cerebro genera nuestros juicios morales, emociones sociales y decisiones éticas.
Ambos enfoques son complementarios y reflejan la tensión central de esta nueva disciplina: el conocimiento del cerebro puede ayudarnos a entendernos mejor… pero también puede ser usado para intervenir sobre nosotros de formas profundas y delicadas.
Dilemas actuales de la neuroética
Cada nueva tecnología que nos permite ver, modificar o predecir el funcionamiento del cerebro plantea preguntas que ya no son solo técnicas, sino profundamente éticas.
Neuroderechos y privacidad mental
Si nuestros pensamientos pudieran ser leídos o decodificados por una máquina, ¿cómo protegemos nuestra intimidad mental? Esta pregunta ya no es ciencia ficción. Frente a este escenario, países como Chile han comenzado a legislar lo que llaman “neuroderechos”: derechos fundamentales que buscan proteger la privacidad, la identidad y la autonomía mental.
Sabías que…
En 2021, Chile se convirtió en el primer país del mundo en reconocer constitucionalmente los neuroderechos, con el objetivo de resguardar la integridad psíquica ante el desarrollo de neurotecnologías.
Potenciación cognitiva
El uso de fármacos como el metilfenidato o el modafinilo en personas sanas para mejorar la atención o el rendimiento plantea interrogantes importantes. ¿Debe permitirse su uso libre? ¿Genera una competencia injusta? ¿Puede llevar a una medicalización de la vida cotidiana?
Responsabilidad y libre albedrío
¿Qué sucede si una persona comete un crimen bajo los efectos de una alteración cerebral? ¿Es menos responsable? Casos judiciales recientes han introducido imágenes cerebrales como prueba en juicios, abriendo el debate sobre el rol del cerebro en la toma de decisiones y la culpabilidad.
“Comprender los mecanismos del cerebro no debe servir para eximirnos de responsabilidad, sino para asumirla con mayor conciencia”, advierte la filósofa y neurocientífica estadounidense Adina Roskies, profesora de Filosofía de la Universidad de California, Santa Bárbara.
Aplicaciones en marketing, educación y seguridad
El neuromarketing ya se utiliza para diseñar campañas publicitarias más efectivas a partir del análisis de respuestas cerebrales. Pero ¿hasta qué punto es legítimo influir en las decisiones de consumo a través del inconsciente? En educación, algunas tecnologías buscan personalizar el aprendizaje según la actividad cerebral del estudiante. ¿Quién decide qué se aprende y cómo?
Conocer el cerebro, decidir en conciencia
El conocimiento sobre el cerebro nos coloca en un punto de inflexión. Nunca habíamos estado tan cerca de comprender cómo pensamos, sentimos, recordamos o decidimos. Pero esa cercanía también implica una gran responsabilidad.
La neuroética no viene a frenar el progreso científico, sino a acompañarlo con conciencia. Nos recuerda que no todo lo que es técnicamente posible es necesariamente deseable. Que detrás de cada aplicación neurocientífica hay personas, subjetividades, historias y derechos que deben ser protegidos.
En un mundo donde la información sobre el cerebro circula cada vez más rápido —desde laboratorios hasta series de televisión, desde startups tecnológicas hasta redes sociales— necesitamos más que nunca una mirada crítica, informada y humanista sobre sus usos. La neuroética no pertenece solo a los expertos: es una conversación que nos involucra a todos.
Porque si el conocimiento es poder, entonces la ética es su brújula.
Para seguir pensando…
Si una tecnología permitiera predecir con un 80 % de certeza que una persona cometerá un acto violento en el futuro, ¿sería ético intervenir antes de que suceda?
¿Dónde empieza la prevención… y dónde el control?
Lectura sugerida
Farah, M. J (2012). Neuroethics: The Ethical, Legal, and Societal Impact of Neuroscience. Annu. Rev. Psychol. 63.:571–91.
Farah, M. J. (2012). Neuroethics: the practical and the philosophical. TICS, 9(1): 34-40.
Glannon , W. (2006). Neuroethics. Bioethics, 20(1): 37-52
Illes, J., Bird, S. J. (2006). Neuroethics: a modern context for ethics in neuroscience. TINS, 29(9): 511-517
Roskies, A. (2002). Neuroethics for the New Millenium. Neuron, Volume 35, Issue 1, 21 – 23
Mariano Boccia es bioquímico y farmacéutico por la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, doctor de la UBA, profesor asociado de la Cátedra de Farmacología e investigador independiente del CONICET.
Candela Medina es licenciada en Ciencias Biológicas por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, docente de la cátedra de Farmacología, becaria posdoctoral del CONICET.
María C. Krawcyzk es licenciada en Ciencias Biológicas por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, doctora de la UBA, docente de la Cátedra de Farmacología e investigadora adjunta del CONICET.