Desde el primer procedimiento con final feliz, en 1984, la ovodonación permitió ser madres gestantes a mujeres que hasta el momento habían fracasado con otras técnicas. Pero esta revolución también acarreó una profunda interpelación colectiva: “No son mis óvulos, ¿es mi hijo?”. En las últimas décadas, la epigenética demostró que la interacción entre la madre receptora y el embrión obtenido a través de un óvulo donado puede definir características del niño por nacer.
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